Morante seduce, Luque arrebata
Toros ·
Barquerito
Lunes, 1 de agosto 2022, 23:19
Azpeitia: 3ª de San Ignacio.
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Nublado , templado. 3.750 almas. Lleno. Dos horas y media de función
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Seis toros de La Palmosilla (Javier Núñez). Morante de la Puebla, saludos y vuelta. Daniel Luque, saludos tras aviso y dos orejas. Diego Carretero, silencio y una oreja.
Vestido de perla y azabache, pañoleta negra, fajín azul y chaleco con golpes de oro. Morante hizo el paseíllo descubierto. Nunca había toreado en Azpeitia y su presencia se tuvo por singular acontecimiento. Un runrún nervioso, expectación disparada. Al final del paseo rompió una ovación de clamor, que brotó desde todos los rincones de la plaza. Ninguna duda: iba por Morante. Y por él y en torno a él iba a girar la corrida toda.
Sin demérito de Daniel Luque, que sacó la artillería en los toros de su lote, y a los dos sometió y llegó a torear casi a placer en una demostración más rotunda que desenfadada de poder. Ninguno de los dos fue sencillo. Toros con carbón, que es seña ya fijada en el hierro de La Palmosilla. El uno, apenas picado, esperó y cortó en banderillas, y, aunque trató en vano de irse a tablas, solo en el último momento fue toro en fuga.
El otro, de fulgurante aparición, cobró un volatín de salida y tal vez por eso Daniel quiso que se cambiara el tercio con un mero puyazo en buen sitio, pero solo uno. El toro, temperamental, se vino arriba y lo hizo adelantando por las dos manos con aire pegajoso. El problema no fue tanto gobernar las embestidas como ligar sin rectificar dos seguidas sin perderle al toro pasos. No trascendió la tensión del asunto, pero cuando la banda se arrancó con los primeros compases del Nerva, Daniel pidió parar la música. Cuando el toro estuvo al fin dominado y en la mano, el propio Daniel hizo a la banda gesto de consentir y celebrar.
Con el toreo por bajo, reunido y ligado, se encendió la gente. Y más todavía con el final de péndulos entre pitones, dos series de muletazos en rizo sin apenas rectificar y un doble desplante obligado final: el segundo de los dos, desarmado, frontal, a pecho descubierto, columpiándose hacia el testuz del toro.
Una estocada entera y ladeada, tardó el toro en echarse y lo levantó un puntillero infalible, Alberto Zayas. Luque esperó a que el toro al fin doblara. Se arrastro sin las orejas. Plebiscito indiscutible. La muerte lenta del primero de lote había castigado con un aviso la primera faena, de mucha más sencilla resolución: bastó con torear a la voz y llevar al toro muy tapado para evitar que se le huyera. También a este segundo lo cosió a muletazos enroscados y en bucle. Una heterodoxa suerte de patente propia que ahora tiene múltiples imitadores. Algo movida, esta fue la versión auténtica y original.
A pesar del fragor de esas dos batallas, Morante fue el gran protagonista de la fiesta. No solo por la riqueza de una primera faena de inspiración y repertorio, gracia repajolera, donaire único, ni tampoco por el empeño extraordinario con que decidió ajustarle las cuentas al cuarto, el único toro áspero, brusco y hasta probón de la corrida en faena bastante más copiosa y larga de lo que en Morante es costumbre. Fueron unas cuantas, muchas cosas más. Los lances recortados en tablas en el recibo del primero, una tanda preciosa de chicuelinas antes de varas, los capotazos por alto para fijar el toro ante el caballo y un frondoso trasteo de improvisaciones, variaciones y soluciones sobre el catálogo del toreo clásico. Hubo clamor. Morante cobró media que precisó de un descabello. No cundió la petición de oreja. Estaría la gente con la boca abierta todavía.
Por vergüenza torera, y no por otra razón, sería el empeño de Morante con el geniudo cuarto, que calamocheó en dos varas y defendió terreno sin darse ni repetir viajes. Armado de ciencia y paciencia, Morante no cejó hasta no pegarle al toro en zona de toriles dos o tres tandas de una suavidad y un regusto nada comunes. El muletazo trazado en semicírculo, el famoso remate en la cadera, el toro traído con los flecos de la muleta, la figura compuesta sin forzar. La pura torería.
Dos pinchazos y una estocada, Morante renunció a dar la vuelta al ruedo, pero le obligaron. ¡Qué vuelta! Es probable que Morante no se esperara tal demostración de afecto, tantísimo reconocimiento, y no pudo ocultar su alegría ni su emoción. Durante la vuelta le echaron desde un tendido de sol un conejo blanco, como los que se sacan los magos de la chistera. Y de eso se trató.
Desbordado por un tercero lidiado sin el menor cuidado, Diego Carretero salió por todas con un sexto excelente, cinqueño, el mejor de la corrida. Tocó ponerse, quedarse quiero, correr la mano, dar la cara, entregarse con la espada y convencer a su manera a los paganos.