Su mejor retrato
Manuel Romero Tallafigo
Sábado, 6 de julio 2019, 07:42
El Sermonario de Antonio Vieira, jesuita (1608-1697), da una clave para adentrarse en el alma de Juan Sebastián Elcano: «El mejor retrato de cada ... uno es aquello que escribe. El cuerpo se retrata con el pincel, el alma con la pluma». Conocía muy bien la magia de la palabra escrita, porque rumió a Cicerón (106-43 a.C.) en una carta a su hermano Quinto. La pluma traza cartas en papiro o tablillas de cera, transmisoras de palabras a los ausentes. Los pinceles pintan y fijan siluetas, colores y proporciones de la persona retratada. Los cuadros, gratos a la vista, encendían el recuerdo y aligeraban la nostalgia de la ausencia. Las cartas, aseveraba el senador, son más placenteras, porque su consuelo manaba de algo tan vivo e insinuante como la conversación y las palabras. Leídas con la vista resuenan en los oídos y el sentir brota auténtico y envolvente. Cicerón llegó a escribir a su hermano: «Te he visto por entero en las cartas». La tinta de Quinto desde el papiro se hizo carne y hueso, se hizo retrato en los oídos de Cicerón. La pluma es el mejor espejo del alma.
En la carta de Elcano, «en Sanlúcar en la nao Vitoria», el 6 de septiembre de 1522, recién llegado de su vuelta al mundo, hay palabras que retratan generosidad. Solicita recompensa para los suyos, no para sí:
«Suplico e pido por merced a tu alta Magestad por los muchos trabajos e sufridores e hambres e sed e frío e calor que esta gente ha pasado en tu servicio, les haga merçed de la quarta parte e veintena de sus caxas e quintalada».
Elcano se repite otra vez en su carta de testamento el 26 de julio de 1526. Se sentía sepultado en la vasta y profundísima sima del Pacífico, lejos de la «huesa» de sus antepasados, la de la iglesia de San Salvador de Getaria. Sus bienes son su salario y su acostamiento o pensión vitalicia, todavía impagados por un rey mal pagador, y luego un posible, lo que sacase de rescates del suculento negocio del clavo. Con un pie en el estribo de la carroza de la muerte, «enfermo en la cama», se manifiesta otra vez más compañero que héroe.
Los alimentos, ese día, eran más alhajas que los ducados del oro y el clavo, en hambruna y enfermedad, con penosos trabajos de bombeo del agua en la nao, y sin islas a la vista para refrescarse. Es generoso con su capitán general de Armada, el comendador Loaysa, al que no manifiesta enemistad sino todo lo contrario. El regalo de una barrica de vino blanco de Jerez y diez quesos demuestra que Elcano no fue rencoroso, a pesar de haberle suplantado, siendo el de Getaria el gran héroe y capitán de la primera circunnavegación. Loaysa sólo le ganó por ser «caballero principal de nuestros Reinos», no por saber y experiencia. Es nobleza escribir por tanto:
«Yten más mando que den al capitán general un barril de quesos, que están diez quesos. Digo que yo truxe tres barricas de bino blanco, y el uno de ellos resçibió [Rodrigo de] Montemayor para la despensa de su merçed [El comendador Loaysa], el qual mando a su merçed»
Los pulpos y el congrio ceciales, los otros quesos, el trigo y la harina, el aceite y las otras dos barricas de vino se distribuyen no solo entre su hermano Martín y sus dos sobrinos, Hernando y Esteban, sino también con «sus compañeros que comen agora en la mesa». Estos son sólo dos trazos muy personales del héroe y gran capitán, que pintan la humanidad y nos lo hacen más cercano a un vasco universal.
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