Elcano, el navegante que tuteaba al emperador
La generosidad de Elcano con sus pares ayuda a comprender cómo un marino que se enroló en la flota de Magallanes siendo un fuera de la ley terminó haciéndose con el mando de la expedición y culminando la mayor gesta de la historia de la navegación
BORJA OLAIZOLA
Sábado, 6 de julio 2019, 07:41
«Suplico e pido por merced a tu Alta Majestad por los muchos trabajos e sudores e hambre e sed e frío e calor que ... esta gente ha pasado en tu servicio, les hagas merced de la quarta parte e veintena de sus caxas e quintalada». Es verdad que cuando Juan Sebastián Elcano escribe esas líneas a Carlos I nada más llegar a Sanlúcar de Barrameda para comunicarle que había descubierto «toda la redondeza del mundo» el rey de Castilla era un mozalbete que apenas tenía 22 años, pero no es menos cierto que el tuteo distaba de ser la norma a la hora de dirigirse por escrito a un emperador. El director del Archivo Histórico de Euskadi, Borja Aguinagalde, maneja una doble hipótesis a la hora de explicar el peculiar código de protocolo del navegante de Getaria: por un lado, dice, Elcano debía ser una figura de cierta soberbia, sobre todo después de haber conseguido el milagro de salir con vida de aquel viaje, y por el otro, puede que se dejase llevar por la forma de hablar euskaldun y tradujese el 'zu' por el tú. Fuese por una u otra razón o por una mezcla de las dos, lo cierto es que se trata de un fenómeno muy poco común en una carta dirigida al monarca de la que era entonces la principal potencia del planeta.
Además de revelar que no era muy ducho en asuntos cortesanos, el párrafo de esa epístola, cuyo original fue hallado hace tres años por el propio Aguinagalde en el palacio Laurgain de Aia, también pone de manifiesto algo que trasciende la anécdota: su compromiso con su tripulación. Lo primero que hace Elcano nada más pisar tierra es apelar a la generosidad del rey para que parte del tesoro que descansaba en la bodega de la nave, conformado por las codiciadas especias, fuese repartido entre sus hombres. No se trata de un gesto aislado: en el testamento que ordena redactar cuatro años más tarde en puertas de la muerte en medio del Pacífico se prodigan las donaciones a sus compañeros de travesía. Aunque deja el grueso de su patrimonio a su madre, reparte sus pertenencias más queridas -su ropa, sus armas, sus instrumentos de navegación, sus libros e incluso sus reservas de comida y vino- entre los hombres que le habían acompañado en sus travesías.
La generosidad de Elcano con sus pares ayuda a comprender cómo un marino que se enroló en la flota de Magallanes siendo un fuera de la ley terminó haciéndose con el mando de la expedición y culminando la mayor gesta de la historia de la navegación. Solo alguien con la total adhesión de sus compañeros es capaz de desbaratar convenciones y jerarquías para convertirse en su líder y, sobre todo, de convencerles para que emprendan de forma voluntaria una singladura suicida de 30.000 kilómetros y siete meses sin pisar tierra en una embarcación sin víveres y que se caía a trozos. De haber existido casas de apuestas hace cinco siglos, el éxito de la aventura de Elcano se hubiese pagado tanto como el de Donald Trump en un certamen de corrección política y buenos modales.
De los primeros años de Elcano apenas se sabe nada. La quema de los archivos de Getaria en los incendios de 1597 y 1836 borró casi todos los testimonios documentales sobre su lugar de origen. Hijo de Domingo Sebastián de Elcano y de Catalina del Puerto, compartió su infancia con otros siete hermanos. Se cree que su familia estaba vinculada al mar. Un censo fiscal de 1500 sitúa al padre de Elcano en el puesto número 25 en cuanto a ingresos en Getaria. Su familia, por tanto, no estaba en lo más alto de la escala social pero no era pobre. Hay indicios que hacen pensar que Domingo murió pronto, probablemente en la mar, y que fue la madre la que tuvo que sacar adelante a sus ocho hijos. A partir de ahí no es difícil aventurar que Juan Sebastián estuvo desde sus primeros años vinculado a actividades como la pesca o el comercio marítimo. Hombre calculador, ahorró lo suficiente como para hacerse con la propiedad de un gran navío de unos doscientos toneles con el que participó en las campañas militares del cardenal Cisneros en África y del Gran Capitán en Italia.
La recompensa de la hacienda real por esos servicios se demoró más de lo debido y Elcano no tuvo más remedio que pedir un préstamo en Italia para pagar a sus hombres. Las cosas se complicaron hasta el punto de que se vio obligado a entregar su nave para saldar la deuda, lo que se convirtió en un delito, ya que una orden real prohibía la venta de embarcaciones a extranjeros en tiempos de guerra. Privado de su medio de vida y acusado por la Justicia, el marino debió deambular por varias ciudades hasta que en 1518 recaló en Sevilla, donde Magallanes buscaba marineros para su expedición. Aunque su condición de proscrito le vetaba el acceso a cualquier nave real, la burocracia era lenta. Primaron las necesidades de la flota y Elcano terminó siendo reclutado como maestre de la nao 'Concepción'.
Pese a que participó en el motín contra Magallanes y fue condenado a muerte por ello, Elcano adoptó un perfil bajo en la primera parte de la expedición. Su capacidad de liderazgo salió a relucir cuando la flota quedó descabezada tras la muerte en Filipinas del almirante portugués. Fue entonces cuando el navegante de Getaria asumió el mando de la Victoria y tomó la audaz decisión que le llevaría a «redondear toda la redondeza del mundo». La gesta, inimaginable si no hubiese tenido el apoyo incondicional de sus hombres, le valió el reconocimiento del emperador y de la corte, además de garantizarle un lugar privilegiado en los libros de historia.
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