Festival de Jazz de San Sebastián

Tres momentos especiales del Jazzaldia

Los conciertos inolvidables en la Plaza de la Trinidad se dan cuando se mezclan un artista de talento, un público entregado y condiciones épicas como la lluvia. Algunos recordamos a Cindy Lauper en la 'Trini' bajo el diluvio, en 2011, como una noche mágica. Este martes el festival terminó igual, o incluso mejor: el show de la británica Joss Stone entra en la leyenda.

Sabíamos que tiene una voz extraordinaria, pero descubrimos además su carisma. Se ganó al público desde el principio, bajó una primera vez entre la gente y volvió a hacerlo cuando la lluvia arredraba. Bailó con los espectadores envuelta en su traje brillante (es una de esas damas que cambia de vestuario y mostró dos modelos), correteó, emocionó con sus baladas e hizo bailar a todos. Esta vez no se fue nadie antes de tiempo. La 'Trini' tiene momentos jazzeros más puros, pero Stone nos hizo felices. Que vuelva, y mejor en una noche de tormenta. Joss pide épica y sus admiradores, también. A sus pies, siempre desnudos.

La caja de bombones del festival donostiarra. Los organizadores han conseguido una fórmula bien ponderada para el auditorio playero. Nombres clásicos que funcionan, gente que barre en las redes sociales y muchachada que viene a barrernos las esquinas. Ahí vio Norah Jones un 'dron' durante su concierto. Lo que debía ser un teléfono con el flash puesto llegó a ojos de la norteamericana y, sonrisa mediante, nos contó ese breve y pequeño susto.

Dejando de lado la falta de educación, nos pareció hasta plausible que una de esas moscas se colara en la actuación que más tirón ha tenido en el 2023. ¿Por qué no abandonar el viejo móvil y grabarse así unos minutos? Al tiempo… Pero no todo van a ser nubes, que para algo estuvimos bien tapados. Nos chifló y nos encantó la aportación joven al auditorio. Ya sea en formato comunitario (la EGO con Kenny Barron), en grupo (sorpresón de Rocío Marquez y Bronquio) o como integrantes (vaya dos perlas las que vinieron con Pat Metheny). Ellos y ellas son el futuro, y empiezan a tomar el sitio que les corresponde.

Si la visita de Abdullah Ibrahim al 58 Jazzaldia se puede enmarcar como uno de los 'tres momentos especiales del festival' es por lo emocional. Todo lo que rodeó a su concierto resultó singular y extraño. Pocas horas antes, la organización puso manos a la obra un sistema que ayudara al pianista de 88 años a ascender la escalera del escenario de la Trinidad, sistema que luego no necesitó. Una vez arriba saludó al público y se fue directo a su piano, casi olvidando posar con el premio que se le iba conceder.

Durante el recital, apenas tocó y se mostró incómodo con el sonido. No quería amplificación en los instrumentos, pues el monitor situado a su izquierda no hacía más que acentuar sus problemas de oído. Y pese a todo, el público disfrutó agradecido por poder leer -quién sabe si por última vez- unas pocas páginas de la historia del jazz. Y pese a todo, también, Ibrahim devolvió esa gratitud. Se despidió cantando una melodía a capella con aires de góspel o réquiem y se fue del escenario tarareándola. Aún cantaba cuando ya nadie le escuchaba.