Cuando Elcano fue rescatado de su 'exilio'
Cuatro getariarras 'secuestraron' en 1978 una estatua en Donostia para devolverla a su localidad | El último superviviente del grupo cuenta cómo trasladaron a Getaria la efigie del marino que se había colocado en el Paseo Nuevo tras la Guerra Civil
Los donostiarras que peinan canas todavía recuerdan que en el Paseo Nuevo, a la altura de donde ahora se alza la 'Construcción vacía' de ... Jorge Oteiza, había una escultura de Juan Sebastián Elcano que apuntaba con su brazo hacia Getaria. El bronce se levantaba junto a una modesta ermita a cuyo alrededor solían congregarse todos los veranos los arrantzales para celebrar la fiesta del Carmen, patrona de las gentes de la mar. Aunque turistas y paseantes despistados daban por sentado que el monumento había sido fundido para alzarse en la ubicación que ocupaba, lo cierto es que la figura había terminado en el Paseo Nuevo por una suma de carambolas.
La estatua, en realidad, había sido encargada en 1859 al escultor aragonés Antonio Palao para reemplazar otra que desapareció de Getaria durante la Primera Guerra Carlista. Colocada en 1861 en una altura desde la que se divisa el puerto de la localidad natal del navegante, permaneció allí hasta que en 1940 fue trasladada a San Sebastián durante la Guerra Civil. La idea inicial era fundirla para fabricar munición, pero como resultó ser hueca se quedó olvidada en un almacén hasta que alguien pensó que podía quedar bien junto a la ermita que se levantó en el Paseo Nuevo en memoria de los muertos en el crucero 'Baleares'. La efigie de Elcano inició así un 'exilio' en Donostia que se prolongaría hasta los primeros compases de la democracia.
«Mientras atábamos la estatua con unas cinchas y la subíamos al camión nos gritaban 'ladrones'»
«La secretaria del alcalde de San Sebastián protestó porque nos llevamos también un escudo»
En Getaria, como es lógico, nadie veía con buenos ojos la maniobra de apropiación de la estatua del más universal de sus vecinos. «Desde que éramos unos chiquillos se hablaba de que había que traerla a casa, pero entonces las cosas no estaban para bromas», recuerda el getariarra Jon Esnal, que contempló con sus propios ojos la incautación de la figura a manos de las tropas franquistas cuando era un niño de corta edad. «Me acuerdo de que llevaban unas boinas con unas borlas y de que bajaron la estatua mediante unas rampas de madera», apunta. Como otros muchos vecinos de la localidad, Esnal creció con el sabor del agravio en la garganta cada vez que se acercaba a Donostia y contemplaba la figura de su paisano.
Ese sentimiento amargo seguía latente después de la muerte de Franco en 1975. Las primeras luces de la democracia empezaban a alumbrar el horizonte, pero las gestiones que se realizaban desde Getaria para solicitar el regreso de Elcano rebotaban una y otra vez con el muro de la burocracia. Harto de los silencios administrativos, el joven Esnal, que empezaba a dar sus primeros pasos en la actividad política dentro del PNV, decidió pasar a la acción y planeó un 'secuestro' en toda regla de la estatua. «Como no quería precipitarme, primero hice llegar mi idea a alguno de los dirigentes territoriales de mi partido y al ver que nadie ponía muy mala cara opté por seguir adelante», recuerda.
En media hora
Corría el mes de mayo de 1978 cuando Esnal y su paisano y correligionario Koldo Azkue se dirigieron al contratista Antonio Ibarguren para conseguir un camión equipado con una pluma. Los tres se pusieron la madrugada del día 28 camino de San Sebastián acompañados por el chófer. «Llegamos hacia las seis de la mañana al Paseo Nuevo, situamos el camión junto a la estatua, la sujetamos con unas cinchas y la cargamos en el volquete con la ayuda de la grúa. Fue una operación rápida, no tardamos más de media hora», evoca Esnal, que también recuerda que en el lugar «había algunas personas haciendo deporte, entonces se llamaba 'jogging', y nos empezaron a increpar mientras levantábamos la estatua con gritos de 'ladrones'».
Temerosos de que el episodio hubiese llegado a oídos de alguna autoridad, los cuatro ocupantes del camión pusieron pies en polvorosa sin entretenerse. «Nos preocupaba que los gritos hubiesen hecho saltar las alarmas y decidimos salir de la ciudad por Amara para evitar el paso por el Boulevard». El camión puso rumbo a Getaria con su preciada carga en el volquete. «Al llegar lo escondimos durante unos días en una de las lonjas de la Cofradía por lo que pudiese pasar». Esnal aún recuerda lo que marcó la báscula en la que pesaron la figura: 720 kilos.
El episodio apenas tuvo repercusiones. Eran tiempos convulsos y a nadie le preocupó demasiado la desaparición de la efigie del navegante. «Recibí una llamada de la secretaria del alcalde de San Sebastián, que entonces era Fernando de Otazu, protestando porque además de la estatua nos habíamos llevado un escudo que había en el pedestal. Le respondí que eran los intereses por el préstamo de la imagen durante todo aquel tiempo».
La efigie recuperada fue colocada en su ubicación original de Getaria en una ceremonia a la que acudieron las principales autoridades de la época, entre ellas el gobernador civil, el actual subdelegado del Gobierno. «Creo que era el irunés Pedro Manuel de Arístegui, el que años después murió en un ataque en Beirut cuando era embajador en el Líbano. Recuerdo que incluso llevó la vaina de una espada que debió encontrar en algún almacén del Gobierno Civil pensando que era la de la estatua de Elcano».
Esnal, que con el tiempo llegó a ser el presidente de las Juntas Generales de Gipuzkoa (ocupó el cargo de 1991 a 1995), es el único superviviente de aquel grupo que puso fin al 'exilio' de la estatua de Elcano en el Paseo Nuevo donostiarra. El episodio, de dominio público en determinados círculos de Getaria, es poco conocido en el resto de Gipuzkoa. «Si lo he sacado ahora a la luz es porque al hilo del aniversario de la vuelta al mundo se está diciendo que la figura de Elcano que había en Donostia 'fue trasladada' a Getaria como si lo hubiesen hecho las instituciones de la época y no fue así. Fuimos nosotros los que lo hicimos y actuamos además por nuestra propia cuenta y riesgo». La factura por la contratación del camión, eso sí, corrió a cargo de la Cofradía y el Ayuntamiento de Getaria.
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