El cine de Eloy de la Iglesia, el 'placer oculto' de Gipuzkoa
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Una publicación colectiva aborda la filmografía y la obra del cineasta zarauztarra desde nuevos puntos de vista. «Él siempre alardeó de su esencia e identidad vasca», destacanUn recuperado y «asombrado» Eloy de la Iglesia reaparecía públicamente en el Zinemaldia de 1996, nueve años después de su última aparición pública en el ... estreno de 'La estanquera de Vallecas' (1987) con José Luis Manzano -uno de sus habituales, quien fue su compañero sentimental en una «tormentosa» relación- y Emma Penella. Un repleto Teatro Victoria Eugenia, puesto en pie, recibía con gran estima la presencia del cineasta zarauztarra, al que la cuadragésimo cuarta edición del certamen rendía un singular tributo por su cine y por su forma de retratar la transicional sociedad española. Una prolífica filmografía estancada entonces; inclasificable, marginal, escandalosa, taquillera, inimitable, denostada siempre; y reivindicada ahora.
«Da la sensación de que Eloy de la Iglesia ha sido un director querido por el pueblo, pero, en cierta forma, repudiado por el estamento cinematográfico y/o cultural», reivindica en las páginas de 'Eloy de la Iglesia. El placer oculto del cine español' (Dos Bigotes, 2024) Carlos Barea, el coordinador y autor del capítulo introductorio del último volumen publicado acerca de la obra del realizador zarautztarra.
Eloy de la Iglesia: El placer oculto del cine español
Editorial: Dos Bigotes. Páginas: 283. Precio: 20,95 euros.
«Hablamos de uno de los realizadores más valientes y atrevidos de nuestro cine», añade Barea, «que además siempre hizo alarde de la identidad vasca, tanto en sus personajes como en las propias historias». Escenario vasco tienen sus clásicos 'El pico' u 'Otra vuelta de tuerca'. «El terrorismo, por ejemplo, era uno de sus temas habituales», sostiene Barea. De hecho, una de las historias que de la Iglesia no pudo rodar fue 'Galopa y corta el viento', cuyo guion, de 1981, ha sido publicado en una edición crítica a cargo de Eduardo Fuenbuena, su biógrafo. La historia gira entorno a la relación amorosa entre un guardia civil y un abertzale. «Siempre fue un nombre incómodo, incluso para la propia industria por lo que relacionarse con todo lo que tuviese que ver con él era un acto de pura valentía», destaca el estudioso y admirador de su obra.
Osado y crítico
«Estoy asombrado por la cantidad de tiempo que he pasado alejado de aquí», decía un reflexivo De la Iglesia sobre las tablas del Victoria Eugenia, en muestra de agradecimiento al Festival por la retrospectiva dedicada. Homenaje que, por cierto, no quisieron perderse ninguno de sus intérpretes fetiche: desde Simón Andreu -protagonista de 'Los placeres ocultos' (1977 o 'El sacerdote' (1978)- a Carmen Sevilla que, ya retirada de la profesión, viajó a Donostia para acompañar al que fuese su director en 'El techo de cristal' (1971) -cinta de absoluto culto y muy significativa en la trayectoria de ambos- y la que fue «una de las mejores experiencias profesionales» de su vida.
El nacido en Zarautz el 1 de enero de 1944, «rápidamente se mudó a Madrid, donde se crió, estudió Filosofía y Letras y, a los 20 años, ya escribía los primeros guiones de programas infantiles para televisión». Pero la publicación que ha dirigido Barea no es «una biografía ni un análisis de la persona, como ya hay otros títulos de otros autores», sino una que aborda, desde una múltiple perspectiva, tanto su figura como el conjunto de su obra, que define como «ecléctica» y divide en tres etapas: «Una primera, en la que destaca por hacer películas de terror y fantásticas; su segunda etapa, más crítica, donde empieza a surgir un cine reivindicativo, de temática política, LGTBI...; y una última, que abarcaría, quizás su faceta más conocida: el cine quinqui, donde entran los títulos mejor envejecidos».
Aunque Barea insiste en la destacable versatilidad narrativa del director guipuzcoano, quedándose «con 'Navajeros' o 'El pico', dos de sus esenciales, y destacar también en cintas más críticas como 'El diputado', donde quedaba latente que Eloy no se casaba absolutamente con nadie». Añade el coordinador del repaso a la filmografía del cineasta que, pese a la diferencia de películas, el de Zarautz se ha movido en «una constante dicotomía: por un lado, era un cineasta comercial, cuyas películas eran las más vistas, pero su osadía y sentido crítico acababa convirtiéndose en el azote de la industria, porque todo el mundo le criticaba». Su rebeldía e incomodidad le impidieron que la industria le gratificase con galardones y reconocimientos, no así sus habituales intérpretes, que sí resultaron premiados. Tampoco el público, que no dejó de ir al cine.
Espaldarazo del 96
«Eloy, gracias por volver», le recibieron sus colegas de profesión y compañeros de vida. Obra y milagro de Diego Galán, amigo personal de Eloy y director del Festival por aquel entonces, fue convencer al realizador de que su filmografía merecía una retrospectiva. Llevaba años en un segundo plano, en un lento proceso de recuperación, por lo que su presencia fue una de las más demandadas de aquel año. «Dejé la droga por mi interés por la vida», declaró a este periódico el 22 de septiembre de 1996, cuando citó a los medios en el Hotel Londres, mientras que todo el mundo aguardaba a su llegada al María Cristina. «Prometo atenderos, pero antes dejad que me dé una ducha», dijo nada más pisar suelo donostiarra.
Las claves
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Despedida. Amigos y conocidos esparcieron las cenizas del director en las aguas de la playa de Zarautz
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Reconocimiento. «Eloy de la Iglesia ha sido un director querido por el pueblo, pero, repudiado por la industria», dice Barea
«Ese año fue todo un espaldarazo en su carrera, una gran alegría para él, porque el ciclo en Donostia desencadenó en una publicación que también le dedicó la Filmoteca de Euskadi y el hecho de tener que figurar en un festival tan importante, además de lo personal, como el de San Sebastián hizo que retomase con gusto el volver al trabajo», recuerda sobre el paso del director en el certamen cinematográfico. De hecho, el propio de la Iglesia anunció un nuevo proyecto. «Hizo un 'Calígula' exquisito para televisión y la que fue su última película 'Los novios búlgaros' (2003) antes de su fallecimiento, en 2006», añade Barea.
El guipuzcoano fallecía el 23 de marzo de 2006, en Madrid, pero, tal y como expresó él mismo a sus más allegados -Aranoa, Olea u Olaziregi participaron en el acto-, quería que sus cenizas se depositasen en las arenas de la playa de Zarautz y, finalmente, se perdiesen en las arenas del Cantábrico.
Nuevas generaciones
Muchas voces opinan que «sus películas no podrían hacerse hoy por lo políticamente correcto». En un análisis mucho más profundo, el responsable del libro opina que «su cine hay que revisarlo, pero dejarlo como está». Ya hay exposiciones y revisiones habituales a su labor para recordarle. Sería fácil recurrir a un proyecto adaptado, «pero Eloy correspondió a un momento muy concreto. Si se trajera al presente no sé hasta qué punto se podría llegar a entender porque el cine de Eloy de la Iglesia es hijo de su tiempo».
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