Crítica de '8': Los amantes de las dos Españas

Recuperamos a un cineasta total (realizador, guionista y montador) dispuesto a trazar otra historia en círculo (más bien doble círculo) en la que los destinos y azares acerquen y alejen a dos amantes, capaz de bordear el ridículo con tal de tocarnos, lanzado a crear otro mundo manejando imágenes, músicas (con una banda sonora muy presente, y no sólo por los arrebatos de palmas y zapateos de Sara Baras, otro palíndromo), la Historia con mayúsculas y los juegos de la narración por encima de la naturalidad de sus criaturas.

En '8', Medem se somete a un esquema férreo, que le obliga a encadenar elipsis y condensar mucha información: contar la historia de una pareja desde su nacimiento, el día de la proclamación de la Segunda República, hasta su muerte noventa años más tarde, y hacerlo saltando por ocho momentos históricos, mostrados en algo así como planos secuencia, que a su vez expresan la evolución de un país siempre con el corazón helado por una de las dos Españas... o por las dos.

Pese al esfuerzo, el recorrido por la España de Caín y Abel engancha poco, por su mensaje simple, mientras funciona mejor el culebronesco amor entre sus dos protagonistas (sostenidos por Ana Rujas y Javier Rey). '8', como el Manzanares, no siempre fluye y se ve como un artefacto raro y forzado, pero en ocasiones hay algo, quizás un detalle suelto como la palabra «fluvial» o una mantilla negra, que emociona y hace agradecer que Julio Medem siga haciendo cine.