«Si un artista quiere hacer política, mejor en una ONG o en un partido»
Txomin Badiola aborda desde la narrativa su experiencia en el mundo del arte en 'Malformalismo'
A Txomin Badiola (Bilbao, 1957) le pidieron un ensayo sobre las 'malas formas', expresión que se refiere a su manera de hacer arte con materiales ... heterogéneos, sillas, vídeos y palabras, entre otras cosas, que componen una obra que despierta y «agrede» al espectador, «una demanda de amor que se expresa de malas maneras», según el artista. Nada que ver con las 'buenas formas' armónicas y con pretensiones de belleza del arte convencional.
Podía haberlo contado con las armas habituales de la teoría. No le faltan credenciales, textos, aproximaciones conceptuales y obras tan importantes como el catálogo razonado de la obra de Jorge Oteiza. Pero respondió al encargo con otra 'mala forma', en este caso una narración compuesta de hilos narrativos también muy diferentes, con tres protagonistas que se cuestionan a sí mismos, que se parecen y no se parecen al artista que firma el libro, titulado 'Malformalismo'.
El libro
-
'Malformalismo' De Txomin Badiola.
-
Editorial Caniche, Madrid.
-
Precio 18 euros.
¿Por qué? «Pensé en un montar un artefacto narrativo paralelo a las 'malas formas' de mi práctica artísticos, creando choques entre bloques y entre las identidades de los protagonistas, porque mi propia experiencia es fragmentaria. Escribir un ensayo implica colocarte en una posición de autoridad para transmitir un saber. Hacer eso con uno mismo me parecía una impostura. Tenía que haber un acercamiento desde la experiencia, desde la vivencia, a los miedos, los complejos y las relaciones con el público, con el mundo del arte y con sus actores, y que a partir de ese nivel concreto fueran entrando las ideas». Escribir desde la hiperteoría, desde la oscuridad y el retorcimiento, excluye más que abre, «supone un acto de autoritarismo porque estás pidiendo sumisión al que lo lee», argumenta Badiola.
La vajilla y el alimento
Los protagonistas de 'Malformalismo' entran y salen del estudio, acuden a un coloquio público con otros colegas, recuerdan hechos del pasado. Coger la vía narrativa obedece también a «una etapa de la vida». Ya lo hizo antes en el catálogo de la reciente exposición de Darío Urzay en la galería Michel Mejuto de Bilbao. ¿Cómo escribir sobre una persona a la que conoce desde hace más de 40 años y con la que ha compartido piso y estudio en Londres y Nueva York? Contando lo que vivieron, incluido lo que pensaban.
En los pasados años ochenta le acusaban de formalista, igual que al resto de los miembros de la Nueva Escultura Vasca, como Juan Luis Moraza y Pello Irazu, entre otros. ¿Qué es lo importante? ¿La vajilla o el alimento? ¿La forma o el contenido? «El formalismo es la vanguardia de la decoración», repetían los críticos citando una frase de Joseph Kosuth. «Ya habíamos superado ese debate pero volvía contra nosotros. Pero ¿puedes hacer un objeto al que llamamos artístico sin una forma que lo contenga? Es evidente que no».
Los artistas del contenido -los que desprecian la vajilla- han derivado en «ilustradores de ideologías extrínsecas, de dogmas, y no hay formas más escleróticas que esas». Badiola desconfía del arte político, tendencia que «en los últimos tiempos se ha vuelto muy pesada». «Si quieres intervenir políticamente, mejor colaboras con una ONG, con un partido o con un movimiento. La idea de que lo que yo hago se justifica por una misión en lo político no se sostiene. Eso no te hace mejor artista».
Al creador le corresponde «trabajar desde la modestia y tratar de introducir otras maneras de ver y percibir que puedan tener un efecto transformador a la larga, en el mejor de los casos». «Siempre me ha parecido pretencioso lanzar proclamas políticas desde el arte, sobre todo en estos tiempos posmodernos, tan fragmentarios».
Que una parte de la trama se desarrolle en un coloquio con otros artistas le permite introducir los temas relacionados con el mundo del arte. Por ejemplo, la antigua veneración por el crítico, la autoridad que dicta quién entra y quién no en el 'establishment', un poder ahora en manos de los museos. «Hay una lucha por ver quién descubre al último artista de cualquier parte del planeta para plantear un canon alternativo y erigirse en el descubridor del mismo. Los descubrimientos están bien siempre que no implique cargarse a Shakespeare y Cervantes».
En el libro habla de su relación con Oteiza, «nada que ver con la del maestro y el alumno». «Llevaba semanas presentando el catálogo razonado. Me llamó un periodista y me bloqueé. Tuve que colgarle. Me sentía alienado. A los días tenía que presentarlo en Madrid y no sabía si podría. Escribí un texto -incluido en el libro- y lo leí. Estaba exhausto de Oteiza».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión