La Clásica de San Sebastián cumplió el sábado 40 ediciones. Se puede decir sin temor a equivocarse que ha sido un éxito porque desde 1981 ... ha conseguido ofrecer no solo un relato detallado del desarrollo de su deporte sino también un retrato exacto de la evolución de la sociedad.
Con la Clásica se entiende el ciclismo de las últimas cuatro décadas, con sus altos (Lejarreta, Criquielion, Van der Poel, Indurain, Bugno...), sus bajos más bajos (Armstrong, pero no solo) y su resurrección (Alaphilippe, Evenepoel...). La forma de llegar como ganador al Boulevard es la historia del ciclismo, de las cabalgadas de Marino subiendo Jaizkibel por Hondarribia a la explosividad moderna de Murgil. El desplazamiento de los escaladores del primer plano, las evoluciones técnicas de material, ropa y comunicaciones...
Pero la Clásica también explica la evolución de la sociedad vasca en este tiempo. No es fácil explicar a un joven de hoy la dimensión de un acontecimiento como el critérium nocturno que los primeros años disputaban las grandes figuras en el Boulevard, cuando la calzada daba toda la vuelta a la alameda. La gente se subía hasta a las cabinas de teléfonos para ver un show que quizá hoy no resistiría la prueba del algodón pero entonces congregaba una multitud y levantaba pasiones. Era un espectáculo formidable.
La idea de organizar una clásica en 1981 era contracultural. Este tipo de pruebas eran cosa de Europa, un lugar muy lejano. De sitios como Holanda y así, países desarrollados. Por supuesto, Ordizia ya estaba ahí, pero una clásica internacional de máximo nivel era casi una ocurrencia. La entrada en la CEE llegó 1986.
La carrera femenina era imprescindible para que el relato de la Clásica siguiera siendo auténtico, exacto. Que la carerra de mujeres cumpla dos ediciones y la de hombres 40 explica de dónde viene esta sociedad, sí, pero también a dónde quiere ir.
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