

«La puerta cedió y cuando me di cuenta tenía el agua en el cuello»
Iñaki Oria trata de achicar el agua y el barro que dejó la tromba de agua que arrasó su caserío de Zaldibia el pasado viernes, todavía con el susto en el cuerpo
Como si de una película de terror se tratara, la vida de Iñaki Oria y su familia cambió de un plumazo en la noche del ... pasado viernes. Su hogar quedó destrozado. Lo que parecía una tormenta habitual se transformó en un aguacero sin precedentes que derrumbaba todo lo que encontraba a su paso, como el caserío Unanubieta de Zaldibia donde vive Iñaki con su familia. Ahora vacío y con las paredes teñidas de marrón, Iñaki recuerda, aún con el susto en el cuerpo, cómo el agua se hizo con su hogar hasta llegarle «al cuello».
«Estaba cenando con mi mujer y miré al cielo, que estaba cada vez más gris, y le dije: 'Hoy ha hecho mucho calor. Demasiado. Se va a formar algo gordo'», apunta el beasaindarra días después de la imprevisible tromba. «Serían las nueve de la noche cuando empezamos a subir unos trastos porque vimos que estaba entrando algo de agua, y de repente la puerta de entrada venció». En ese momento, el matrimonio se encontraba en un pasillo estrecho frente a la puerta de entrada, donde el agua encontró un hueco para pasar con tal intensidad que «tiró a mi mujer al suelo. La cogí y levanté como pude e intentábamos avanzar hacia las escaleras para refugiarnos arriba, pero nos costaba mucho andar», relata.
«Fueron momentos de muchísima tensión» hasta que Iñaki se agarró a la barandilla y consiguieron subir al segundo piso. Ya a salvo, durante hora y media vieron a través de un ventanal que mira hacia el puente de acceso al caserío cómo el agua corría con fuerza. Alcanzó, además, el metro y medio de altura, visible aún por las marcas que dejó en la pared.
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«Necesitaremos ayuda para darle la vuelta»
Otra de las huellas que dan fe del desastre producido por esta tormenta es el gran boquete que hizo en una de las paredes que separa una habitación del pasillo. «Aquí había un armario, de esos grandes que va hasta el techo, dos puertas...», señala. «Estaba lleno de comida, ollas... Y lo tiró entero». Pero no solo lo tiró. Rompió una de sus puertas y la tromba de agua dejó un agujero en el espacio que ocupaba este mueble, que ahora está amontonado fuera con los otros objetos llenos de barro. «Veremos si podemos salvarlo», apunta Iñaki en relación al armario de madera.
Iñaki, aunque nacido en Beasain, ha crecido en Unanubieta. Así, asegura que episodios como este último llevan «años y años pasando. Este caserío tiene un historial negro». O marrón, se podría decir, porque que las trombas de agua inunden esta casa no es algo nuevo. Generación tras generación, sus abuelos, tíos y demás familiares de Iñaki ya han lidiado con esto. «Una de las peores fue en 1983», recuerda. Ahora la del 13 de junio de 2025 se suma a la lista. «Es una zona inundable y aunque hemos intentado hablar con el Ayuntamiento y la Diputación para hacer algo, buscar una solución... Aquí estamos», apunta indignado rodeado de muebles, ropa, y recuerdos llenos de barro. No tienen salvación. «Yo puedo limpiar esto, tirar lo otro. Pero esa no es una solución. Esto volverá a pasar. La solución es sanear la regata, desviarla, no estropearía apenas el terreno pero, sobre todo, habría mucho mucho menos peligro, porque esto es una zona inundable y nos jugamos la vida, como nos la jugamos el viernes». Iñaki insiste en que «las únicas respuestas que recibimos son informes, pero el río no entiende de informes ni de artículos», critica.
Después de varios días de limpieza, el de ayer se basó en contactar con los seguros. «Llevamos llamando desde las ocho de la mañana y todavía no hemos conseguido hablar con nadie», aseguraron Iñaki y su mujer a eso de las 12.00 horas. «Se pasan la pelota unos a otros». Entre llamada y llamada, también esperaban a que llegaran «los contenedores para ir tirando todo lo que no se ha podido salvar, que es mucho».

Belén Azketa Caserío Gure Txoko
«Los conejos estaban dentro cuando se inundó todo, dieciséis han muerto»
Belén Azketa, del caserío Gure Txoko, siempre le estará «muy agradecida» a sus vecinos. Belén no estaba en casa cuando las aguas torrenciales comenzaron a hacer destrozos en su parcela y fueron ellos los que le avisaron de que algo iba mal. Y aunque la carretera que pasa frente a la fachada de Gure Txoko ha adoptado un tono marrón por el lodo que lo cubrió todo el pasado viernes, la mayor parte del trabajo en este caserío de Zaldibia se llevó a cabo a lo largo del fin de semana. Pero hay daños que no se limpian, pues Belén ha perdido a «dieciséis de mis conejos».
«El agua entró por la ventana», explica Belén, mientras se calza las katiuskas para adentrarse en la parte del caserío más afectada, donde pasean, comen y descansan sus conejos libremente. A la izquierda están todas sus jaulas, y en la parte derecha de la sala, la ventana por donde se coló el agua. Además, es aquí donde guarda todo el pienso con el que alimentar a estos animales. «Se ha echado a perder», comenta señalando alguno de estos sacos de comida, pues el nivel del agua alcanzó «el metro y pico de altura», apunta. Las marcas en la pared dejan constancia de ello. Pero lo peor de todo es que «han muerto dieciséis de mis conejos», que no pudieron refugiarse a tiempo. «Vine rápidamente e intenté salvarles», lamenta.
Y es que el cauce del arroyo que pasa por el lateral de Gure Txoko subió de manera imprevisible. «Solemos poner una viga para evitar que se cuele el agua, pero lo del viernes era imposible de frenar», asegura Belén. Los arbustos que separan Gure Txoko de la carretera también se vieron afectados por la fuerte tromba de agua, y lo que antes eran setos cuidados y con forma, ahora es una montaña de ramas rotas.

Peio Azurmendi Caserío Bertuesabekoa
«Me avisaron de que se inundaba mi casa y vine corriendo a salvar a los perros»
Al otro lado de la carretera, Peio Azurmendi y su familia observan apenados la parte de atrás de su caserío, Bertuesabekoa. Años y años de trabajo y cuidado «se han ido a la basura» y fueron barridos por el lodo en la noche del viernes.
De manera similar, a Peio le avisaron por teléfono de la gravedad del asunto. «Vine corriendo y me encontré a los bomberos y a la Ertzaintza en casa. El agua había llegado al metro de altura», cuenta. «He venido a salvar al menor a los perros», avisó Peio para que le dejaran pasar. Ahí le entraron «los nervios», pues fue cuando pasó a la parte de atrás cuando vio todos los daños causados, sobre todo en su huerto. Lechugas, tomates, maíces... «Ya no queda nada», apunta Peio. Hace falta algo de imaginación para creer que donde ahora se amontonan los escombros arrastrados por las fuertes lluvias, antes crecían verduras y hortalizas. Un montón de hojas de lechuga en mal estado que descansan en un lateral del terreno es la única prueba de lo que hace apenas unos días crecía en esta zona.
Pero no solo eso. Peio pudo rescatar a sus tres perros, pero el agua también se coló al gallinero, pillando por sorpresa a tres de sus gallinas, que no se pudieron salvar. «El agua subió mucho y muy rápido, en la cocina también nos entró hasta el metro de altura», insiste Peio.
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