Elordi García: «Estoy en deuda de por vida con el alemán que me salvó»
La periodista de Lazkao presenta hoy en Donostia el libro solidario 'Imparable hasta la médula', en el que relata cómo superó una leucemia de alto riesgo
«Que sea un nuevo año lleno de paz, de prosperidad, de trabajo para todos y, sobre todo, de salud. ¡Que no falte!». Cuando el ... 31 de diciembre de 2012 Elordi García Insausti (Lazkao, 1977) brindó por el año nuevo con los espectadores de la televisión autonómica de Castilla-La Mancha, del que era uno de los rostros más conocidos, ni se imaginaba«que iba ser mi salud la que iba a dar la campanada». En noviembre de 2013 empezó a sufrir dolores musculares y un cansancio que achacaba al estrés de ponerse a diario al frente de un programa televisivo de varias horas. «Fui al médico y me recetó un relajante muscular. No hizo nada, así que fui a un fisioterapeuta y a acupuntura, con el pánico que tenía a las agujas», relata.
Hasta que un día se desplomó en un supermercado. En Urgencias le dijeron que tenía que quedarse en observación. «¿Cómo? Me tengo que ir a casa porque mañana presento un programa». Ala hora la visitó una hematóloga: «Hemos encontrado algo que no va bien en tu sangre y creemos que puede ser una leucemia». ¿Cáncer? «Pensé que se habían equivocado y que eran los resultados de otra persona». 'Esto no me puede pasar a mí', se repetía.
Para cuando su madre llegó a Madrid en el primer bus, la enfermedad ya tenía hasta apellidos, y eran «de alto riesgo»:leucemia linfoblástica aguda con cromosoma Filadelfia positivo. La buena noticia, si es que la había, es que tenía tratamiento. Y así es cómo la periodista pasó en un fin de semana de contar la vida de los demás a ver cómo monitorizaban la suya, confinada en una burbuja.
Esa unidad de aislamiento de la que no salió en un mes de quimios, biopsias o aspirados de médula ósea es casi un personaje más de 'Imparable hasta la médula' (editorial Corona Borealis), una suerte de diario en el que la lazkaotarra se desnuda emocional y también físicamente para narrar sin tapujos todos los tratamientos y sus consecuencias, que consumieron su cuerpo hasta llegar a pesar poco más de 30 kilos, y todos los reveses que le llevaron cuatro veces a la UCI. «De todas las complicaciones posibles has pasado casi todas, parecía que querías conocer todas las plantas del hospital», dijeron sus médicos en la presentación del libro en Madrid, donde fue tratada y sigue viviendo. Hoy hablará en Tabakalera (4º planta, 18.00 horas) con el fin de dar a conocer la importancia de la donación de médula. La recaudación íntegra por la venta del libro se destina a la Fundación Josep Carreras.
Precisamente, el tenor prologa un libro en el que la periodista transita, arrastrada por una montaña rusa emocional, del '¿por qué?' inicial al '¿para qué?', avanzando en su particular duelo desde la negación inicial al enfado, «hasta el momento en que tienes que asumir la enfermedad, y cuanto antes lo hagas mejor, porque tienes que tirar para salir adelante. Si estás todo el rato triste y deprimido el sistema inmune se debilita y la enfermedad se hace más fuerte». Los médicos ya se lo dijeron: «Con todo lo que hagamos nosotros vamos a dar el 50%, el otro 50% lo tienes que poner tú».
«Los médicos me dijeron que todo lo que iban a hacer ellos era el 50%, que el resto lo tenía que poner yo»
Tras un mes de aislamiento y de duros tratamientos le fue concedida la «la libertad condicional», el salvoconducto para irse a casa y volver a sesiones de quimioterapia quincenales que debilitaron aún más un cuerpo que apenas reconocía. Más que la esperada caída del pelo, le chocó la desaparición de cejas y pestañas. «La cara pierde toda la expresividad y eso no lo puedes sustituir con un pañuelo o una peluca». Aunque del sinfín de efectos secundarios físicos que sufrió el peor fue aquel que le llevó a un niño a preguntarle, en un parque, si era chico o chica. «Cuando empecé a tomar inmunosupresores me empezó a salir vello en la cara, bigote y barba. Ni podía mirarme al espejo. Aquel niño estaba poniendo en su boca lo que yo pensaba. Pero cuando pasas esta enfermedad priorizas y aprendes cuáles son las cosas importantes».
En su caso, era vital encontrar un donante para un trasplante de médula, tras la decepción de saber que su hermana no era compatible. Su salvación llegó de Alemania. «Lo único que me dijeron era que tenía 42 años, era hombre y pesaba 90 kilos. No sabes nada más pero me siento unida a él y en deuda de por vida. Es una persona que vive a miles de kilómetros, que no te conoce y que voluntariamente, sin nada a cambio, da ese paso. ¿Cómo se agradece eso? Es imposible. A mí hasta me cambió el grupo sanguíneo y ahora tengo el suyo», cuenta.
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Aunque el preparativo es «muy duro», Elordi describe el trasplante como uno de los procedimientos más sencillos de todos los que ha tenido que padecer. Una especie de transfusión. Y luego toca cuidarse: mucha medicación e incluso comida antibacteriana. «No podía beber agua del grifo, ni comer nada crudo como ensaladas o fruta, ni fruto secos... Además, la comida tiene que ser recién hecha, no se puede recalentar por si acumula bacterias».
Como supo más tarde, hay pacientes que superan la leucemia pero no el trasplante, «porque destruyen tu médula ósea y pasa un tiempo, en el que no tienes defensas, hasta que se empieza a reconstruir». Hasta la visita de tu hermana con una 'pupa' en el labio puede constituir un riesgo.
La familia de la periodista está muy presente en el libro. Su madre se trasladó a Madrid a cuidarla, su hermana pidió también un permiso laboral y son incontables los kilómetros que recorrió su padre entre Lazkao y Madrid, a donde le llevaba productos de la huerta. Este libro es también un agradecimiento «a todas esas personas que me han estado sosteniendo, demostrando su amor en este proceso tan difícil». Sus amigos de aquí y allá hicieron piña, sorprendiéndola, por ejemplo, formando en la calle con carteles la palabra 'Te queremos' que ella vio al acercarse a la ventana de su burbuja hospitalaria cuando apenas podía caminar. «Cada día es lo que cuenta, porque no sabes si al siguiente te vas a despertar. Se vive todo con tanta intensidad que la resaca de esas píldoras de subidón duran mucho y te agarras a esos momentos», cuenta.
«Lo único que me dijeron era que tenía 42 años y pesaba 90 kilos. Ahora tengo su grupo sanguíneo»
Pese a todas las precauciones, la periodista sufrió lo que popularmente se conoce como un rechazo del trasplante, un 'shock séptico' o el citomegalovirus, entre otros contratiempos. A sus padres les llegaron a decir que se quedasen en el hospital porque era probable que no superara la noche. «Llegó un momento en el que me dije: 'Elordi, ha sido suficiente. Has dado todo lo que podías dar, tu familia y amigos también. Ya está, te puedes ir en paz'. En esto no hay ni perdedores ni ganadores». Pero rompió la estadística y salió. Gracias a un momento que imborrable.
Elordi está intubada «por todos los lados» en la UCI y su padre le anuncia que su hermana, que está embarazada, ha ido a verla. Se ha desplazado a Madrid a despedirse, a darle el último adiós. «Cuando miro por la puerta la veo sonriendo y saludando y quiero gritar '¡que se vaya, que se vaya!', porque el citomegalovirus es peligroso para el feto. Y entones pienso que quiero conocer a mi sobrino o sobrina, a esa personita, y es como el revulsivo y me digo 'venga Elordi, tira un poquito más'. Creo que eso me sacó adelante».
Hoy es el día en el que la lazkaotarra vive con el 'piloto automático' apagado. «Yo quería comerme el mundo y al final la vida me dijo 'párate y mira lo que estás haciendo'. Y me di cuenta de que vivimos como en una rueda de hámster, que nos dejamos arrastrar por una sociedad que va a toda velocidad, y que perdemos el tiempo planificando el futuro cuando no sabes si va a llegar. Así que intento disfrutar del día a día, de este tiempo prestado».
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