No hay ningún lugar al que volver
Aberri Eguna en un momento histórico en que el futuro ha desaparecido y solo hay dos ofertas sobre la mesa: mirar al pasado o asomarse al abismo; la elección es clara
Aberri Eguna en un momento histórico en el que el futuro ha desaparecido. Sobre la mesa, dos ofertas: mirar al pasado o asomarse al abismo. Nadie está libre de esa disyuntiva. Tampoco el nacionalismo vasco, hoy de celebración pero acosado por la pandemia y por la guerra de Ucrania, que han achicado su margen de maniobra de forma traumática. Las dos grandes crisis globales se han llevado por delante consensos y dinámicas de décadas y han actualizado la figura del Estado-nación, cuya decadencia abría expectativas a las sensibilidades deseosas de superar ese marco y avanzar en otras coordenadas. Una figura que parecía superada por motivos ideológicos –el avance del individualismo y la desaparición de las regulaciones al comercio y al capital– y también identitarios –una globalización que había relativizado algunas fronteras (las de los países ricos entre ellos) y no hacía necesaria una identificación rígida entre sentimiento nacional y nacionalidad administrativa–. El poder central vuelve a estar ahí, donde indica su nombre, en el centro.
El reto para el nacionalismo vasco es grande, casi plantea un problema fundacional a las dos sensibilidades dominantes dentro de ese mundo, con una incompatibilidad de origen pero enfrentadas a un dilema común: la nueva legitimidad ganada por los Estados con toda su apabullante maquinaria funcionando en la pandemia y ahora en la guerra.
Ucrania no deja viajar a Kiev al presidente de Alemania y eso alerta al PNV, siempre atento a la vía alemana, y a Europa. No es normal que un país que aspira a entrar en la UE vete al jefe de Estado de otro. La decisión de Kiev aporta mucha información. El nacionalismo gobernante observó en Bonn que un país se construye desde el manejo institucional, burocrático, mientras se logra lo simbólico (en su caso, la unificación) y no al revés. Y ahora, consciente del mal momento para la lírica, se abriga en un movimiento de repliegue ideológico.
La pandemia y la guerra de Ucrania han achicado el margen de maniobra del nacionalismo vasco
La izquierda abertzale diagnostica con buen ojo el amplio flanco abierto que deja esa estrategia. Detecta que se produce un retroceso de la «pulsión nacional vasca» y que, en cambio, cogen fuerza reivindicaciones posidentitarias como la lucha contra la desigualdad, el feminismo o el ecologismo. Pero, pese a esa constatación, sigue sin poder superar sus contradicciones y su oferta de un nuevo modelo social encuentra en esa misma sociedad a la que se dirige dificultades insalvables para expandirse extramuros.
Por errores graves y por otros leves, como los cometidos en la Korrika. Si en los años 70 el nacionalismo era más grande que el euskera, en la tercera década del siglo XXI el euskera es mucho mayor que el nacionalismo. Como dijo el bertsolari Jon Maia en 'Eldiario.es', «Euskal Herria es ahora un concierto de muchas voces, con más colores y texturas que nunca. Tendemos a autodefinirnos de una manera muy jurídica, pero las formas políticas administrativas son transitorias».
Ante la incertidumbre, la seguridad que da el pasado es imbatible y de ahí el avance de la ultraderecha
El futuro se ve sobrepasado a toda velocidad por el presente. El avance de la ultraderecha en toda Europa responde a esta obligación de elegir entre el pasado y algo que no se sabe siquiera si existe. Ante esa incertidumbre, la seguridad que dan los buenos viejos tiempos (por lo general, falsos) es poco menos que imbatible. Lo básico, lo intutitivo y lo antiintelectual. Hay dificultades para todos. Tentaciones de abrazar el pasado, algo que es seguro o que en todo caso se puede abarcar.
La vieja normalidad tampoco existe en términos nacionales, no hay ningún sitio al que volver. Al otro lado está el abismo, pero la elección es clara: no queda más remedio que avanzar hacia lo desconocido.