«De pequeño me increpaban por hacer ballet y todavía ocurre»
El bailarín Iker Murillo asegura que la sociedad «ha avanzado», aunque considera que todavía queda «un largo camino por recorrer»
Su dilatada experiencia en el mundo de la danza, donde se le considera un referente a nivel internacional, le ha llevado a vivir experiencias personales de todo tipo. En su caso, afortunadamente, la mayoría de ellas positivas, si bien reconoce que ha tenido que afrotar otras que no lo han sido tanto por ser homosexual.
A Iker Murillo (Pasaia, 1978) su amor por el ballet le viene casi desde la cuna, y eso es lo que le permitió convertirse en artista a una edad muy temprana. «Es lo que me gustaba hacer, lo que me llenaba, y aposté por ello», reconoce con orgullo.
Una decisión que, por otra parte, provocó que tuviera que escuchar ciertos comentarios en el colegio que hoy podrían verse como delitos de odio. «En aquella época lo 'normal' era que un niño jugase a fútbol. Por eso, simplemente por hacer algo diferente como era bailar, ya nos veíamos expuestos a tener que aguantar burradas de nuestros propios compañeros», añade.
Murillo considera que la sociedad está «avanzando y dando pasos» hacia un mundo mejor, pero insiste en que hoy en día todavía perduran ciertas actitudes homófobas. Lo ha comprobado en primera persona en la escuela de ballet que regenta en Pasaia junto a su marido Vitali Safronkine, también bailarín profesional.
«Hay alumnos y alumnas, porque no ocurre solo en los chicos, que me cuentan que sufren insultos por amar la danza, y eso no hace más que demostrar que continúa existiendo gente que no ha evolucionado», explica este pasaitarra con decepción. «En lo personal, esas malas experiencias no me dejaron ninguna secuela y ya de mayor no las he revivido, pero debemos ser conscientes de que este tipo de actitudes pueden provocar un daño terrible a mucha gente».
Sin ir más lejos, expone con rabia que su sobrino empezó a hacer ballet con 6 años pero que «un mal comentario recibido por un personaje» provocó que abandonara esta práctica. De eso hace ya dos años.
El respeto como base social
Iker es de los que en su día a día no acostumbra a tratar el tema de la homosexualidad porque es algo que tiene interiorizado desde hace muchos años. «Tanto para mí y mi marido como para el mundo de la cultura, el arte, y la danza en general es algo tan normalizado que ni lo tratamos. Lo único que pedimos es ser respetados como nosotros respetamos a los demás», recalca. Tras 14 años casados, en agosto van a ser padres.