Los futuros maltratados
Leí hace tiempo un artículo escrito por Marije Goikoetxea, experta en bioética, en el que citando a su maestro Diego Gracia mencionaba que existen tres ... pasos para determinar cuáles son los mínimos éticos exigibles a cualquier persona vinculada a la atención a las personas mayores, sea profesional, voluntario, político, director de residencias, cuidadora...
El primero es comprender profundamente que todo ser humano debe ser tratado siempre con igual consideración y respeto. En otras palabras, cualquier persona (independiente de su situación de dependencia, necesidad de ayuda, deterioro cognitivo o situación emocional) tiene dignidad. Respetar esa dignidad es una obligación moral absoluta e inexcusable.
Tenemos, además (segundo paso), la obligación de no hacer daño con nuestras prácticas asistenciales (no-maleficencia); no podemos discriminar a una persona negándole o escatimándole ayuda o recursos que necesite (justicia); debemos respetar (autonomía) sus valores, ideas, creencias, es decir, su proyecto de vida; y es obligado hacer el bien a la persona según su propio criterio (beneficencia).
El tercer paso es valorar si, en función de lo que pueda suceder, se puede hacer alguna (mínima) excepción con respecto al segundo y que debe justificarse siempre en virtud del primero.
Cada vez que tengo noticia de un posible caso de maltrato a personas mayores, cada vez que leo un artículo en una revista nacional o internacional que analiza las personas fallecidas en residencias en esta epidemia de COVID, algo se rompe dentro de mí. No consigo entender por qué nos cuesta tanto ser considerados y respetuosos, no hacer daño, no discriminar, velar por la autonomía de las personas, respetar su proyecto vital. Porque una cosa es segura: si esto no cambia, si no conseguimos transformar en profundidad el trato a las personas mayores y cuidar bien, los maltratados del futuro seremos los que hemos consentido este cruel presente.
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