El camino para volver a una vida en sociedad
Inclusión ·
Zubi-Etxe nace para acompañar a jóvenes con problemas de salud mental en su incorporación a la comunidad. Es el primer recurso de estas características en GipuzkoaSituada en una ladera del barrio donostiarra de Loiola se encuentra la villa Zubi-Etxe. Tiene un gran jardín, con un naranjo y una zona ... deportiva. A lo lejos, se observa a cuatro jóvenes jugar a ping-pong mientras un grupo de cinco chicas y chicos da patadas al balón. Casi le pegan al árbol, pero la pelota roza las ramas, y solo provoca el sutil tambaleo de las hojas. A María, Gorka y Johny se les escapa una carcajada. Son tres de los ocho usuarios que viven en Zubi-Etxe, el centro para jóvenes –de 19 a 26 años– con enfermedad mental, discapacidad intelectual y trastorno de conducta o personalidad puesto en marcha hace poco más de un año por la Diputación de Gipuzkoa y gestionado Aita Menni. La mayoría de residentes padecen un trastorno mental grave y, en concreto, psicosis.
Como cada mañana, se han despertado hacia las seis, «con el sonido de la alarma», explica Jonhy, de 22 años, que vive en Zubi-Etxe desde su inauguración, derivado de la unidad de valoración y de tránsito hacia recursos comunitarios Uditrans, de Aita Menni. Cuando surgió el nuevo centro de Loiola se le presentó la oportunidad para dar un paso más hacia esa autonomía que necesitaba trabajar.
Porque como indica su nombre –Zubi-Etxe, en euskera, significa casa-puente–, este recurso surgió de la necesidad de acompañamiento que necesitan los jóvenes con problemas de salud mental «para transitar hacia la comunidad y, en algunos casos, una vida independiente», explica Macarena Aspiunza, responsable del centro y coordinadora de la línea asistencial de discapacidad de Aita Menni.
Hasta ahora no existía ningún piso del estilo en Gipuzkoa. «Son personas, en una etapa vital concreta, que debido a sus necesidad específicas de atención y abordaje sociosanitario hasta ahora se encontraban con la inexistencia de dispositivos que pudieran responder a su situación adecuadamente». Zubi-Etxe, que se divide en tres pisos, cuenta con doce habitaciones individuales, si bien en estos momentos solo tiene ocho usuarios. En todo momento están acompañados por trabajadoras sociales o psicólogas. «El acceso es voluntario» y el objetivo es mantener «una estabilidad psicopatológica y conductual». Johny va en buen camino: «Antes tenía la mecha muy corta. He aprendido mucho en este tiempo», asegura orgulloso de sus avances. Entre otras cosas, le acaban de hacer contrato fijo en Gureak, donde trabaja en el área de Marketing. «Estoy muy contento, he visto cómo he mejorado en el trabajo, ya no me meto en líos y estoy más formal».
Una rutina necesaria
Gorka, de 20 años, es uno de los mejores amigos de Johny en Zubi-Etxe. Llevan «unos cuatro meses» conviviendo y ya son uña y carne. Él también madruga para ir a trabajar, aunque «a veces» le cuesta dormirse pronto, admite. «Mi día a día es muy parecido al de Johny», asegura mientras se intercambian una mirada cómplice. Cogen el mismo autobús para ir a Gureak «pero Gorka suele llegar justo y a veces lo pierde», ríe su amigo que está presente en la conversación.
Las cifras
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16.610 menores fueron atendidos por la red de salud mental de Osakidetza en 2021.
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26,9% aumentaron las primeras consultas por motivos salud mental, hasta alcanzar las 7.585.
Tiene jornada completa en Gureak, hasta las 17.30 horas. «He estudiado Comercio y ahora trabajo en el área de Industrial de Gureak. Suelo comer ahí y vuelvo a Zubi-Etxe a la tarde. A las 20.30 horas cenamos todos juntos y los fines de semana hago actividades con los compañeros que se quedan en la villa. Muchos vuelven a casa de permiso», explica Gorka. María es una de las jóvenes –tiene 19 años– que aprovecha y visita a sus padres de viernes a domingo. «Y entre semana estudio para sacarme cuarto de la ESO», aclara.
En Zubi-Etxe tienen una rutina «bastante marcada», si bien eso no impide que tengan sus ratitos de ocio. Cada lunes hace el plan semanal. Deciden qué talleres hacer, las actividades y en qué invertir el tiempo libre. También quién cocina cada día, quién recoge y quién hace la compra. Además, cada joven tiene su referente con quien se reúne semanalmente para una tutoría. Es como si fuera su hermano mayor, a quien pedirle consejo y consultarle dudas o miedos.
Son «como una pequeña familia. A veces hay discusiones pero tenemos nuestros momentos del día para dialogar y expresar lo que nos ha sentado mal. Así conseguimos una buena convivencia», explican los tres. Esos encuentros se dan los jueves. Es el momento de sincerarse y seguir abriéndose camino en la sociedad.
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