El mejor torero vasco de la historia
J. GÓMEZ PEÑA
Domingo, 18 de junio 2017, 10:20
«Sabía que el toro me iba a pillar. Pero si mataba bien abriría la puerta grande y no iba a dejar pasar esa oportunidad», declaró Iván Fandiño tiempo después de una cogida en la arena madrileña de Las Ventas. Aquella tarde, el astado le cogió, como el espada de Orduña presumía, y le rajó con saña el muslo derecho. En la plaza siempre está presente la muerte; es cómplice de la vida. Iván Fandiño falleció ayer corneado en Francia. «Al toro le tienes miedo, pero estás dispuesto a dar lo que tienes por conseguir tu sueño», confesó en aquella entrevista. «Aunque no todos están dispuestos». Él sí. De crío durmió siempre con ese sueño bajo al almohada de ser el número uno del escalafón. Lo consiguió. A Fandiño le gustaba leer a Paulo Coelho. Del escritor brasileño es esta frase que tan bien cuadra con el torero vasco: «La posibilidad de realizar un sueño es la que hace la vida interesante». Con un lema así, Fandiño ha llenado de vida sus 36 años.
«Si ahora echo la vista atrás, a lo mejor los sueños que tenía se quedan cortos viendo lo que he conseguido», señaló. Fandiño creció hasta tocar el techo de la tauromaquia. La Feria de San Isidro le coronó. El mejor. Las puertas grandes de Madrid, Sevilla, Valencia y Bilbao le vieron pasear a hombros. «Sólo una cosa hace imposible un sueño: el miedo a fracasar», escribió Coelho. Ni ese temor ni el pavor que cabe entre dos cuernos frenaron a Fandiño.
Rumbo al sur
'Iván de Orduña' nació, como media Bizkaia, en el hospital de Cruces, el 29 de septiembre de 1980. Bebé moreno, dormilón y, como recordaba su madre, Charo Barros, «bueno hasta más no poder». Pronto descubrió su vocación: el toro. Y en cuanto tuvo esa revelación lo soltó en casa. Era un chaval que miraba de frente la vida. Su padre le calmó. Le obligó a terminar el COU antes de iniciar aquel vuelo incierto sobre un capote. En Orduña tenía la plaza, el campo de sueños en el que creció. Ya famoso, volvía para entrenarse en ella. Le dolía verla tan abandonada. «Con lo bien cuidada que había estado siempre. Me pongo triste... Lo que he pasado yo aquí. Los sinsabores, los cabreos, las risas...». La infancia y la adolescencia.
Para hacerse torero tenía que meterlo todo en una maleta. Bajar al sur. Era un novillero vasco, una especie en extinción. Compartió camada con Iker Markuartu, Miguel Yuste, Arkaitz Sánchez y otros. Solo Fandiño llegó hasta el final. Así lo explicó: «Por perseverancia. Mi sueño había sido siempre el toreo y en ningún momento he mirado para otro lado». En el toro pensaba cuando trabajaba en el bar 'Romer', en Orduña, donde ahorró las 200.000 pesetas (1.200 euros) que le costó la aventura de ir a San Lúcar de Barrameda a foguearse como novillero. Allí no le fue bien y probó en las capeas de Guadalajara. La vieja España. Plazas improvisadas llenas de aspirantes dispuestos a pagar con sangre sus ansias de gloria. «No pasé hambre, pero he dormido en pajares y estaciones de autobús. Lo he pasado jodido», contó. Fandiño logró ser lo que siempre quiso, el mejor torero, aunque, como en aquella Feria de San Isidro, supiera que el toro le iba a coger. No hay cornada que mate un sueño.