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El próximo 14 de mayo cierra otro comercio histórico de Donostia: la Relojería Internacional. Abierta desde 1929 en el número 24 de la calle Garibai, ... esquina con Andia, este negocio familiar ha sido un referente en su sector durante casi un siglo, con marcas exclusivas como Tag Heuer, Tissot, Gucci o Raymond Weil y joyería.
Pero si por algo sienten los donostiarras tan propio este local es por la sirena que cada día, a las 12 horas, resuena en todo el Centro. «Nosotros nos jubilamos, pero la sirena seguirá funcionando», anuncia Fernando Calvo, encargado de la tienda.
Los nuevos inquilinos, Deportes Apalategui -se traslada desde Txurruka-, se han comprometido a mantener vivo este ingenio que ya se ha convertido en un símbolo de la ciudad y que sorprende e inquieta a los turistas que la visitan.
Aunque por su característico sonido pudiera parecer que sus orígenes son bélicos, nada más lejos de la realidad. Su fin no es otro que anunciar el mediodía, una hora «importante» en los tiempos en que fue instalada.
A finales del siglo XIX existía en la plaza Gipuzkoa un pequeño cañón que, mediante un sistema de lupa, producía una detonación justo a las 12 horas, divertimento que entretenía a los paseantes de los elegantes jardines y además servía a los caballeros para ajustar sus relojes de bolsillo.
Tras la desaparición de este cañón, el periódico 'El Pueblo Vasco' recuperó en 1930 la costumbre de anunciar el mediodía colocando una sirena en su oficina de Garibai 34 –donde luego estaría el cine Novedades y hoy hay una sucursal de Bankinter– que sonaba todos los días a las doce. En 1936 se cerró la redacción –espacio que adquirió EL DIARIO VASCO– y la Relojería Internacional compró la sirena, que instaló en el torreón de su edificio de Garibai 24.
Durante muchos años funcionó gracias a un gran reloj de pared de alta precisión que todavía guardan en el taller, hasta que a principios de este siglo se sustituyó por un mecanismo electrónico que de forma automática regula la activación de la sirena y aplica los cambios horarios de marzo y octubre.
«Siempre a las 12 del mediodía, hora del Ángelus, aunque una vez me equivoqué al programarla y sonó a medianoche. Por fortuna, esta es una zona con muchas oficinas. Los vecinos que se acercaron a la tienda al día siguiente tenían más curiosidad por saber qué había sucedido que quejas por haber visto interrumpido su sueño», recuerda Calvo con una sonrisa.
También se utilizaba la sirena para avisar de la llegada a la bahía de La Concha de los veleros que participaban en la regata internacional Plymouth-San Sebastián, que se celebró entre 1986 y 2000 con motivo del hermanamiento entre ambas ciudades costeras.
A sus 72 años y tras casi cinco décadas atendiendo a una clientela «fiel» y reparando todo tipo de relojes, a Calvo le ha llegado el momento de jubilarse. «No me da pena porque es cuestión de edad», confiesa, si bien admite que uno de los motivos de su adiós es la falta de relevo generacional. «A los jóvenes no les interesa este oficio», lamenta.
En todo este tiempo, la Relojería Internacional ha vivido «épocas mejores y peores, supongo que como todos los comercios», y ahora que han programado su cierre definitivo para dentro de un mes han lanzado una liquidación total de sus productos, con descuentos de hasta el 30%. «Empezamos el pasado día 2 y poco a poco la gente se va enterando de nuestro adiós. Todavía queda tiempo para aprovechar la oportunidad», apunta.
A modo de despedida, el veterano relojero quiere «dar las gracias a nuestros clientes, los de toda la vida, padres, hijos e incluso nietos, por su fidelidad todos estos años».
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