Mercado: El exjugador de la Real Sociedad Martin Odegaard, a un paso de salir del Real Madrid

Ni la llegada de Carlo Ancelotti ha podido ayudar al extxuri-urdin, al que acusan desde muchos frentes del entorno mediático merengue de ser un «desagradecido» y un «inmaduro». Voces críticas y con grandes altavoces en la capital apuntan que «el Real Madrid es demasiado grande para él. No tiene nivel suficiente para jugar de blanco, ni siquiera se esfuerza lo suficiente». El futbolista lo único que ha hecho desde su llegada a Madrid en 2015 es trabajar e intentar hacerse con un hueco en uno de los mejores equipos del mundo. Pero por un motivo o por otro, no ha podido. Y ha pedido marcharse para continuar su carrera en otro lugar.

Las expectativas creadas a su llegada, cuando era solo un niño de 16 años, fueron una losa pesadísima para un joven al que comparaban con una leyenda del deporte como Messi, azote eterno del madridismo. Seis años después, algunos referentes de la prensa que sigue al Real Madrid no perdonan a Odegaard que no haya explotado y se haya convertido en el salvador de un club que ya no brilla ni en Europa (último título en 2018) ni en España (tres Ligas de las últimas 13).

Su año como cedido en Donostia, tras su aventura en Países Bajos -donde también destacó-, puso en evidencia la verdad que algunos quieren esconder: juega al fútbol como los ángeles. Su pierna izquierda fue la pieza que necesitaba un equipo que había perdido hace un año a dos enganches de un nivel altísimo como Xabi Prieto y Sergio Canales. El brujo de Drammen se hizo con el centro del campo desde el primer día y se convirtió, a base de brillantes actuaciones, en uno de los nombres propios de la Liga.

Merino, Oyarzabal, Willian José, Monreal, Portu, Zubeldia, Isak y Odegaard volaban hacia los puestos de la Champions League en la segunda vuelta, pero la pandemia lo truncó todo. El mediapunta noruego, tras el confinamiento, se jugó su rodilla -de la que aún sigue renqueante- para ayudar al equipo a amarrar su pase a la Europa League.

El recuerdo que dejó en Gipuzkoa es imborrable.