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Imanol Alguacil ya es historia de la Real, a falta del cierre en el Bernabéu; una historia apasionante por todo lo que ha significado. Nunca ... seis años y medio años fueron tan intensos y vertiginosos en la Real dejando un legado indiscutible que la afición es la primera en valorar. Así se explica la demostración de cariño que recibió ayer.
Siempre he considerado que es muy difícil llegar a la élite de cualquier deporte, pero todavía lo es más irse de ella en el momento justo, ni antes ni después, dejando en el aire la sensación ambigua de que tal vez pueda ser demasiado pronto, pero también la sospecha de que podría faltar muy poco para ser demasiado tarde. Que Imanol Alguacil haya acertado con su decisión tiene toda la lógica del mundo.
Se marcha un entrenador que llegó pidiendo perdón, superado por los acontecimientos como él mismo confesó. Y sale de la Real con muchos más partidarios que detractores y dejando un legado indiscutible que la afición es la primera en valorar.
Su gran mérito ha sido insistir en sus ideas, mantener sus convicciones y no traicionarse a sí mismo. Ha sabido dar con la tecla haciendo valer el factor humano ante sus jugadores. Lo ha hecho convenciéndoles de qué equipo debían ser para explotar mejor sus virtudes, de cuál debía ser su personalidad para ser competitivos al máximo. Con él, siempre se podía.
Lo cierto es que la Real ha sido reconocible en todos los campos, siendo competitiva ante cualquier rival, Nunca ha dejado de serlo, ni siquiera en sus peores momentos. Cuando nada le salía y todo parecía un desastre, continuaba siendo diferente, continuaba a lo suyo, erre que erre, sin ceder nunca en su propósito, atacando e intentando ser protagonista aunque fuera incapaz de serlo.
Con Imanol, salvo en momentos concretos de esta última temporada, la Real ha sido un grupo fuerte, unido en torno a una ilusión compartida, un equipo que ha afrontado los encuentros con plena confianza y ha disfrutado en el campo. Sus equipos han acabado siendo un grupo de jugadores conjurados. Sin balón, han presionado sin desmayo buscando el robo en el campo rival, el lugar en el que Imanol ha querido siempre que suceda el juego. Cuando lo han tenido, han intentado jugarlo con criterio y velocidad, buscando de inmediato la portería rival. Se ha tratado de una apuesta innegociable y que no ha cambiado prácticamente ante ningún rival.
Una de su obsesiones ha sido acercar a los jugadores a su máximo potencial. Él ha querido futbolistas entregados a la causa y a los primeros que exige que se entreguen a ella ha sido a las estrellas.
Su éxito también ha sido llegar al corazón de la mayoría de los aficionados, haber tocado esa fibra tan sensible en la que nace el orgullo de pertenencia a un club. Nos ha convencido de que se podía competir por los títulos y jugar al fútbol como un grande, asumiendo el protagonismo del juego y con una mentalidad ofensiva del gusto de los espectadores.
Haber podido certificar algo tan trascendental y encima haberlo hecho con un comportamiento exquisito en el campo, dando una imagen impecable, es la mayor contribución que ha hecho Imanol a la Real.
Todo desde el buen talante, demostrando capacidad para manejar vestuarios, y con esa cualidad intangible que consiste en tener tranquila a la afición, porque todos saben que la nave la maneja una persona que siempre la lleva a buen puerto.
Su obra maestra, por supuesto, fue la que firmó en La Cartuja, uno de los episodios más extraordinarios en la historia de la Real, pero sería injusto resumir su etapa en esa Copa. En otros muchos partidos se demostró que la Real podía competir con todos. Ese ha sido su gran legado, más allá de los resultados, que esta temporada, tan diferente a otras, se han desplomado hasta la vulgaridad.
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