El Memorial de Víctimas, de todos los terrorismos que se han registrado en España desde 1960, es un merecido tributo a esas 1.453 víctimas ... mortales -853 fueron de ETA- y a los casi 5.000 heridos que sufrieron la sinrazón de una violencia que nunca tuvo justificación alguna. Un homenaje ineludible por mucho que algunos sigan escondiendo su pasada connivencia con la violencia en una inaceptable amnesia. La exposición, dirigida por el reputado periodista Florencio Domínguez, hace un estremecedor recorrido por cada uno de los hechos relevantes de una barbarie terrorista que removió las entrañas de los ciudadanos. La muestra, que llega al alma y encoge el corazón, es el mejor reconocimiento a todas las víctimas, y sobre todo a quienes sufrieron en aquellos años de plomo el olvido y la falta de empatía frente a quienes jaleaban y justificaban a ETA. El Memorial ofrece un extenso catálogo de objetos, imágenes, recuerdos y vídeos que proyectan sin edulcorantes la injusta tragedia terrorista.
Y como colofón de esa exposición que proyecta la cruda realidad de un terrorismo despiadado está la réplica del zulo en donde estuvieron secuestrados Ortega Lara -532 días- y Julio Iglesias Zamora -116 días-. Un habitáculo minúsculo y claustrofóbico en el que ETA intentó sepultar en vida al funcionario de prisiones y al empresario donostiarra. El zulo del Memorial es el mejor icono para mostrar que el ensañamiento terrorista no ha tenido límites. Unos secuestros que eran denunciados en silencio dos días a la semana por sus familiares en las escalinatas del Buen Pastor y frente a ellos, en la calle Loiola, se contramanifestaba la izquierda abertzale de aquella época -a la de ahora no le gusta este centro- para insultar con agresividad a los allegados de los secuestrados y a quienes pedían pacíficamente su libertad con un lazo azul. La verdad aún escuece a algunos.
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