Aunque el aplazamiento de las elecciones vascas era inevitable desde hace días, el lehendakari Urkullu se reunió ayer presencialmente con los líderes de los partidos ... vascos –con las distancias físicas recomendadas– para escenificar una unidad incuestionable para que la cita electoral del 5 de abril se posponga a una fecha que ofrezca todas las garantías sanitarias y de sufragio que requiere una convocatoria con las urnas. Al final, y después de analizar con lupa los informes jurídicos para dar luz al vacío legal existente, el lehendakari desconvocará por decreto y hará lo mismo al fijar una nueva fecha electoral cuando la emergencia sanitaria –ojo, la que promulgó el Gobierno Vasco– se desactive.
Pero aún existen ciertos flecos pendientes en el futuro escenario de la convocatoria. Dudas aún no despejadas. ¿Tendrá que establecerse los 54 días previstos de distancia entre la convocatoria y la jornada electoral? ¿La campaña electoral será de duración estándar –15 días– o se reducirá como cuando los comicios son repetidos? Ahora lo que verdaderamente importa es frenar el embate de una epidemia que se extiende a una velocidad inquietante y que tiene a sus ciudadanos confinados. Pero, cuando el panorama escampe, la armonía para acordar una nueva fecha se antoja que será más complicada mantenerla porque los partidos de la oposición buscarán el desgaste del Gobierno Vasco actual en la gestión de esta crisis sanitaria. Aunque jugar a esa carta tiene muchos riesgos, máxime cuando lo que quiere el ciudadano es unidad y responsabilidad de sus gobernantes para atajar esta pandemia. No es hora de pulsos ni de 'juego de tronos' como el que Iglesias –en una cuarentena atípica– planteó con Sánchez durante todo el pasado sábado. No se puede repetir.
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