Autor de '53 cigüeñas'
Eduardo Escobar: «Pienso en la terrible soledad que debió sentir mi abuelo Miguel cuando lo fusilaron en Valcardera»El que fue jefe médico de la Real durante 18 años homenajea en su libro a los republicanos de Navarra que sufrieron el mismo infortunio que su familiar el 23 de agosto del 36
El traumatólogo Eduardo Escobar Martínez (Pamplona, 1954), jefe de los servicios médicos de la Real Sociedad durante 18 años y colaborador de varias federaciones de ... ciclismo, presentará el día 17 en el Aquarium de Donostia su libro '53 cigüeñas. Valcardera 1936' (Ed. Pamiela). Se trata de un ensayo que nace del compromiso adquirido con su extensa familia para reivindicar la memoria de su abuelo Miguel Antonio Escobar Pérez y del socialismo navarro en la Segunda República. Eduardo Escobar se declara depositario de una documentación que llegó a sus manos de una forma singular y ahora ha llegado el momento de compartirla.
-¿Qué es '53 cigüeñas'?
-Recuerda a los 53 presos republicanos que salieron de la cárcel de Pamplona el 23 de agosto de 1936 con la esperanza de ser canjeados por reclusos del bando nacional, pero nunca se produjo el intercambio y fueron trasladados al corral de Valcardera donde los fusilaron. A todos menos a uno, Honorino Arteta, que consiguió escapar y contó lo ocurrido. Entre aquellos hombres estaba mi abuelo Miguel Antonio Escobar Pérez. En 2014, cuando se celebró el homenaje anual en el paraje donde los fusilaron, el orador tuvo que callar porque pasaba por encima una bandada de cigüeñas. La escritora y fotógrafa profesional Hedy Herrero, presente en el acto, fotografió a las cigüeñas y al contarlas vieron que era un grupo de 52 y una más que llegaba por detrás... No tuve más remedio que titular así el libro.
-¿Y quién era Miguel Antonio Escobar Pérez?
-El libro rescata del olvido la figura de mi abuelo, sus datos familiares y personales, la trayectoria política, sindical y periodística, y las consecuencias que su fusilamiento y desaparición han tenido para las siguientes generaciones. Miguel, hijo de Eduardo Escobar, nació en Madrid en 1902, pero la familia se trasladó a vivir a Donostia. También vivió en Santander, donde fue nombrado vicepresidente del Partido Socialista de Cantabria y posteriormente le reclamaron en Pamplona donde estaban llamando a figuras del socialismo para aupar el movimiento obrero en Navarra. Pero estalló la Guerra Civil. Sabemos que permaneció escondido en una carbonera desde el 19 de julio, que le detuvieron el día 30 y lo metieron en la cárcel. El 23 de agosto sacaron a los 53 presos y se los llevaron a fusilar.
-¿Cómo se entera la familia de lo ocurrido?
-Mi tía Laura iba a llevarle la comida a la cárcel y un día le dicen que le han puesto en libertad. Eso significaba que lo habían fusilado... Viuda e hijos corren peligro porque también se represaliaba a las familias, especialmente a las mujeres, y un cuñado carlista se los lleva a Tolosa y mete a mi padre y a otro hermano en las juventudes carlistas, que después se convertirán en falangistas. Lo que es la vida, mi padre, hijo de un rojo fusilado, se convierte en falangista. Con 15 años, para quitar una boca de casa, se va a una escuela militar en Madrid, de donde sale con 20 años, con la mili hecha y una maestría industrial. Vestido con uniforme de Falange llega a Pamplona, sube a la ganbara de lo que habían sido los locales de Izquierda Republicana de la plaza del Castillo, entonces locales de Falange, y encuentra gran parte de los documentos de mi abuelo y 30 páginas del libro de actas de la Federación Socialista que se daba por desaparecido. Se lo lleva todo junto a su máquina de escribir. Y nunca cuenta nada.
«El libro reúne datos familiares, trayectoria política y periodística, y las consecuencias del fusilamiento»
-¿Cómo llega finalmente a sus manos esa documentación?
-Yo con mi padre me he llevado mal, pero cuando estaba enfermo fui a atenderle al hospital y me dijo: 'Vete al taller, a la zona de biblioteca y entre libros verás una carpeta grande de cartón que pone 'Campeonato de pelota'... Allí estaban todos los documentos que habían permanecido toda la vida escondidos. Siempre pensamos que mi padre era un hombre de extrema derecha, pero por lo visto no lo era tanto.
-¿Ahora ha llegado el momento de compartir su investigación?
-Además, el libro no solo habla de Miguel Antonio, sino de muchos que vivieron con él aquellos tiempos. Es un pequeño homenaje a Miguel y a los que murieron junto a él en aquellos años. Todo arranca con esa base documental, pero tiro de algunos relatos directos, escribo a Instituciones Penitenciarias, busco en las hemerotecas, me compro todo lo que cae en mis manos sobre memoria histórica de Navarra.
-¿Es además una contribución a la memoria histórica de Navarra?
-Desde luego, pero se nos reprocha que desempolvemos viejas historias, que ya hubo un punto y aparte con la transición... A ver, yo primero escribo porque me apetece hacer un homenaje a mi abuelo, reivindicarle a él y a sus compañeros, pero como dice mi amigo Jesús Mari Sanvicente, cardiólogo retirado, «escribir cuando sabemos algo es una obligación social». Hay escritos aproximadamente unos 50.000 libros sobre memoria histórica, infinidad de artículos, ponencias, tesis doctorales, está todo dicho, pero faltan dos cosas: muchos documentos que no han aflorado y las pequeñas historias dentro de la historia. Pues yo tengo un gramo de cada cosa, una pequeña historia y algunos documentos. Es motivo más que suficiente para meterme en esto. A mí no me vale el punto y aparte, se trata de que se sepa la verdad. Yo me imagino a mi abuelo en ese último momento cuando le van a fusilar... (se emociona). Pienso que tuvieron que sentir una soledad tan terrible que por eso digo: 'No estáis solos, estamos todos aquí'. El libro lleva como dedicatoria una frase de Koldo Pla muy gráfica: «Los mataron, pero no pensaron que los muertos tenían vivos y los vivos, memoria».
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