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Alain López de Lacalle da en el clavo cuando demanda más historia para que las nuevas generaciones conozcan qué ocurrió durante tantos años en este ... país en torno a ETA. Se trata de no perder la memoria, de evitar la amnesia colectiva ante aquel fenómeno que pretendió imponer un proyecto totalitario y negador a la sociedad vasca. Aquellos años, tan bien condensados en la imagen del paraguas rojo tendido sobre una calle de Andoain tras el asesinato de su padre, refleja la 'sociedad del hielo', la que después retratase en 'Patria' el escritor Fernando Aramburu. Una sociedad partida entre el silencio, la complicidad con los verdugos y en la que hubo también miradas valientes y comprometidas. No todos miraron para otro lado. Pero hay que conocer la historia. Entre otras razones para no repetirla nunca más.
Ahora toca releer los textos que garabateaba 'Kuxkux' sobre servilletas de papel desde una mesa en el restaurante Urbano de la Parte Vieja donostiarra, en la calle 31 de Agosto, en los años de plomo. O cuando invitaba a un espléndido arroz con almejas en el restaurante Clery, su favorito, junto a la plaza de la Trinidad. Recuerdo en la sobremesa de uno de esos encuentros, en otra mesa se formó un alboroto. Al principio nos asustamos, pensábamos en un 'incidente', hasta que nos percatamos que el protagonista del lío era Jorge Oteiza. López de Lacalle, conversador infatigable y demócrata integral, bromeaba sobre la leyenda de cómo el escultor solía peinarse metiendo sus dedos en un vasito de whisky. O sobre el éxito que tenía como conquistador amoroso. En los años duros de plomo, incluso, había un resquicio para el humor. O para la generosidad. La llamada que recibió del entonces lehendakari Ibarretxe tras un ataque a su casa con un cóctel molotov le conmovió por su cercanía. Así era José Luis. Duro y a la vez tremendamente indulgente. Prosaico y poético.
López de Lacalle era un heterodoxo, que trabajó por traer la libertad a España después de la dictadura. Un hombre de acción y un valiente. Hay que recordar su compromiso y su lucha para conseguir la democracia ahora que algunas voces se dedican a demoler toda la Transición, que, ciertamente, fue una relación de debilidades -producto de una época marcada por el miedo al regreso de una dictadura- y en la que mucha gente pasó penalidades, cárcel y exilio para acercar la libertad. Recuerdo de él la pasión que ponía al hablar de sus etapa en el Partido Comunista de España, de su histórica declaración de junio de 1956 por la 'reconciliación' entre las dos Españas, su profunda convicción de que la izquierda vasca tenía que superar muchas de sus debilidades estructurales para construir un proyecto alternativo al nacionalismo conservador. Y su insobornable voz frente a cualquier esencialismo ultranacionalista, que entonces emergía como un peligro en aquellos tiempos en los que se puso en marcha el experimento de Lizarra. En los últimos años, amargado por la 'traición' del acuerdo de la autovía de Leizaran, recuerdo un café en el que me explicó la historia de 'La Marsellesa' con una energía extraordinaria. Párrafo a párrafo. Cada vez que la escucho me acuerdo de ese momento vibrante y emocional.
López de Lacalle conjugaba su pasión de izquierdas con la lucidez de un intelectual que se había mojado hasta las cachas. Primero frente a Franco. Después frente a ETA. Es muy posible que los autores de su asesinato no supieran nada de su pasado. O quizá sí. Una de sus mayores obsesiones pasaba por combatir desde el mundo de las ideas la 'deformación' que un sector pretendía hacer de la historia de este país para ocultar la versión que no le interesaba. Las convicciones habían sido la fuerza de su vida y ahora que las evocamos ponemos también en valor su gigantesca entereza frente a la adversidad y su coraje sin aspavientos.
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