Resulta incomprensible que ni el propio Alberto Núñez Feijóo ni nadie cercano al presidente del PP con verdadera influencia advirtiera el mismo martes que se ... inició en el Congreso la estrambótica moción de Vox que la abstención que había decidido de antemano su partido podía tener más efectos nocivos que beneficiosos. Y a la vista está en las palabras autocríticas de quienes pudieron virar esa controvertida decisión y no lo hicieron. A las puertas de unas elecciones municipales, forales y autonómicas, que serán clave para testar el verdadero progreso de los partidos en unos comicios a nivel estatal, la actitud más que condescendiente de los populares a una moción, que el mismísimo Feijóo calificó ayer de «esperpento político», deja entrever que el quedarse en tierra de nadie ante semejante dislate promovido por Abascal fue un error de bulto, que pudo haber sido subsanado en el mismo momento en que se levantó el telón de la moción. Pero no se hizo, nadie rectificó, ni nadie levantó una voz discrepante.
Mientras Sánchez y su vicepresidenta Díaz aprovecharon la ocasión para embellecer sus posiciones gubernamentales, el PP enterraba el hacha de guerra que esgrimió con rotundidad hace dos años Pablo Casado contra la formación ultraderechista, y prefirió en esta ocasión adoptar una abstención para no romper el cordón umbilical con el que hace un año ya establecieron con Vox en Castilla y La Mancha para gobernar. Buscar tan a las claras la entente con la extrema derecha no es el mejor señuelo para atraer en el futuro los votos de la centralidad. La propia Isabel Díaz Ayuso, que ya fue crítica en su día con la moción y que siempre antepone sus intereses en Madrid por encima de todas las cosas, ha sido la primera en romper con Vox a falta de dos meses para ir a las urnas. Una maniobra estética, pero que internamente puede tener un significado crítico a lo que su partido votó en la moción.
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