Los tambores dormidos
El independentismo catalán gestiona la frustración del pasado procés con la amenaza del auge de la ultraderecha
La Diada Nacional de Cataluña estuvo ayer marcada por la defensa de la lengua, del catalán, un elemento de integración por excelencia, y un símbolo ... de unión. El ambiente social y político ha cambiado en los últimos años. El independentismo –sin mayoría absoluta en el Parlament– tiene que asumir una nueva relación de fuerzas. En la calle, como se reflejó ayer, sigue teniendo una gran capacidad de convocatoria, pero muy lejos de las imágenes del pasado. El riesgo de frustración soberanista es real y puede pasar cierta factura a Junts y a ERC, con un sector aún muy radicalizado que cree que puede reactivar el procés al margen de la realidad. La llegada del socialista Salvador Illa a la Generalitat, con una hábil desactivación del lenguaje del conflicto, ha amortiguado mucho algunos problemas. No se han resuelto pero se han suavizado las aristas con una notable inteligencia emocional. Y no es poco en estos tiempos de trazo grueso.
En Cataluña se respira un clima bien diferente al exceso hiperbólico de la jungla madrileña, en donde la demonización del adversario se ha convertido en un deporte nacional que impide el debate o lo convierte por sistema en una caricatura. Preocupa, eso sí, que un sector de la España más tradicional sea tan reacio a gestionar la pluralidad periférica, que haya tantos recelos todavía con el catalán o que la nueva financiación que piden la mayoría de los catalanes suscite una tormenta de agravios. En Madrid saben que Cataluña es la tabla de salvación de Sánchez, pero también, paradójicamente, puede ser su tumba. El clima de resentimiento contra el presidente desde sectores de la derecha es tan irrespirable que, a su lado, las discrepancias estratégicas en el seno del soberanismo catalán son minucias en un paraíso socialdemócrata nórdico.
Claro que hay problemas. Pero existe un clima distinto en el que la cultura del órdago y del desafío de la ruptura han perdido la batalla. El reto de Junts no es perder los votos hacia las CUP sino que se le vayan hacia la extrema derecha racista de Silvia Orriols, con una Aliança Catalana que cada vez más logra hacerse un hueco en el fragmentado puzle catalán. El independentismo, que subió como la espuma desde 2008 con música de izquierdas, ahora se embarca en el tren de la ultraderecha.
PNV y EH Bildu tributaron su respectivo homenaje a Rafael Casanova. Lo curioso es que el pactismo vasco arrastre esta vez a los soberanistas catalanes, justo a la inversa de lo que ocurría hace 25 años. Saben que el reto es sobrevivir en una Europa cada vez más amenazada por los ultranacionalismos. Vivir para ver.
El pactismo vasco influye hoy en el soberanismo catalán. Justo al revés que hace 25 años
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