De la necesidad y la virtud
El encuentro Illa-Puigdemont combina un movimiento táctico con un gesto de convivencia que abre un nuevo tiempo
Hace poco el veterano antifraquista Nicolás Sartorius decía con razón que toda la Transición fue hacer de la necesidad virtud. Frente a los que se ... rasgaron las vestiduras con la ley de Amnistía o se escandalizaron ayer con la reunión entre Illa y Puigdemont hay que recordar aquel espíritu de indulgencia y reconciliación que hoy parecen desaparecidos en la selva del Madrid capitalino. Ciertos pactos –y la foto de ayer simbolizaba un final de ciclo– responden siempre a una determinada relación de fuerzas que el escritor Manuel Vázquez Montalbán bautizó como 'relación de debilidades'. Se aceptó el perdón porque había miedo a un regreso de la dictadura. Eso no quiere decir olvidar el pasado. Apostar por reconstruir los puentes rotos no supone comprar acríticamente el relato del independentismo sobre el procés soberanista. Tampoco augura que se vaya a romper nada frente a los que juegan cómodos en el terreno apocalíptico de las catástrofes y los extremos.
En la Transición, ni los demócratas eran tan fuertes como para imponer una ruptura tras el franquismo ni los más irreductibles del régimen tenían suficiente músculo para parar los cambios. En la Cataluña moderna ha ocurrido algo similar salvando las distancias. Ni los independentistas tuvieron capacidad para doblegar al Estado español y decretar la desconexión por sistema. Ni el Estado ha podido obviar la existencia de un sentimiento nacional catalán, independentista o no, que busca una relación diferente con España. La única solución viable –en primer lugar para zanjar la división interna en la sociedad catalana– es el pacto dentro del respeto a las reglas de juego de la legalidad y reconocer que los conflictos identitarios tienen que tener su cauce de gestión en la política, no en los tribunales.
Se dirá, con razón, que la imagen de ayer es el fruto también de una coyuntura y que Illa ha arriesgado al hacer un movimiento táctico de riesgo que, sobre todo, interesa al presidente del Gobierno. Se hace de la necesidad virtud. La foto es la antesala de un futuro encuentro entre Sánchez y el expresident. A los socialistas les interesa allanar el camino y convencer a Junts para que apoye los Presupuestos, mientras los herederos de Convergència suben el listón hasta el extremo en un juego negociador que a más de uno le parece una provocación peligrosa. Un campo de minas en el que se encuentran cómodos.
El apretón de manos de Bruselas cierra una etapa dolorosa, que genera contradicciones a Sánchez en el PSOE y también en el secesionismo más radical. Basta comprobar el alcance de la tormenta de la financiación para darse cuenta. Pero la política es la gestión del conflicto inherente a una sociedad compleja que exige armonizar democráticamente intereses contrapuestos y en la que todos dejan pelos en la gatera. Así son las soluciones imperfectas. No caben fórmulas maniqueas en blanco y negro, del todo o nada, de la pureza o la traición. Apaciguar el laberinto catalán ha sido un hábil movimiento de Sánchez con efectos balsámicos. La clave ahora es que por atenuar la crisis periférica no abramos un problema territorial en el resto de España. Algunos se disponen a incendiar el debate de los agravios aunque si se propaga el fuego salimos todos perdiendo. Es la primera lección que deberíamos aprender.
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