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Bernardo Moll y su esposa se olvidaron del pudor a la hora de retratar su intimidad.

El 'Boyhood' cañí

'La historia de Jan' está hecha desde el corazón pero hace aguas en sus formas cinematográficas

Oskar Belategui

Jueves, 3 de noviembre 2016, 17:52

'La historia de Jan' es una de esas películas que nacen como una catarsis. Bernardo Moll, realizador audiovisual, encontró en la escritura de un blog una terapia para plasmar y compartir los miedos y el vértigo de ser padre primerizo de un hijo con síndrome de Down. Los vídeos que realizaba para el blog fueron poco a poco convenciéndole de que allí había una película. Moll y su mujer, la actriz Mónica Vic, se olvidaron del pudor a la hora de retratar su intimidad. Vemos a Jan desde que está en la tripa de su madre y hasta que tiene seis años. "Un 'Boyhood' a la española", calificó un crítico en alusión a la emocionante historia de ficción de Richard Linklater, donde el director rodó durante doce años el crecimiento del protagonista.

Resulta inevitable sentir simpatía por este documental que gracias al tesón de sus artífices se estrena este fin de semana en casi una treintena de cines. El apoyo del distribuidor Adolfo Blanco ('A Contracorriente') y del productor y presidente del Atlético de Madrid Enrique Cerezo, que tiene un nieto con síndrome de Down, fueron decisivos, además de los 35.000 euros recaudados a través del 'crowdfunding' o micromecenazgo en internet. 'La historia de Jan' captura tanto los miedos y alegrías de unos progenitores como la lucha de un pequeño al que le cuesta más que al resto de niños alcanzar esos pequeños progresos que llamamos crecimiento: gatear, andar, comer solo, hablar

Buenísimas intenciones, pero discutibles resultados. Resulta incómodo poner peros a un documental hecho desde el corazón, pero el tema no valida una película, porque entonces todas las cintas sobre el Holocausto serían buenas. Entre los aspectos cargantes de 'La historia de Jan' sobresale su búsqueda de la emoción a toda costa, ya sea con una música 'cuqui' que insiste en reforzar lo entrañable como en la falta de confianza en el espectador para que extraiga sentimientos de ley de la pura cotidianidad. Bernardo Moll está encantado de conocerse, y su imagen casi ocupa más fotogramas que su hijo. Dos momentos especialmente sonrojantes: la decisión de tatuarse el nombre de Jan para demostrar al mundo el amor que le desborda y un final digno de un culebrón venezolano, con la familia corriendo por una playa. ¿Es lícito en un documental que se vende como el 'Boyhood' de las grabaciones caseras recurrir a imágenes tomadas por un dron que sobrevuela el crepúsculo?

Había otra película en 'La historia de Jan', sin tanta voz en off explicativa de lo obvio, basándose solo en la verdad de los vídeos familiares y no en escenas recreadas ex profeso para la película. No hace falta repetir una y otra vez las celebraciones familiares en Nochevieja para remarcar el apoyo encontrado en la familia y amigos cuando las cosas se tuercen. No es necesario rodar escenas de fiesta como si fueran un anuncio de Coca-Cola. La mejor secuencia del filme tiene como protagonista al pequeño Jan y emociona desde su simplicidad: un bebé reptando por un sofá puede resultar tan épico como John Wayne cabalgando por Monument Valley.

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