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Sánchez, el defensor del pueblo

Su discurso fue una oda a los derechos de la ciudadanía, que no incidió en la actividad económica y la recaudación para blindarlos

Domingo, 5 de agosto 2018, 17:02

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El viernes oí íntegra la intervención de Pedro Sanchez ante la prensa, realizada tras el consejo de ministros del pasado viernes. Ayer sábado leí varias de las crónicas realizadas por los periódicos y todas ellas se refieren a los asuntos importantes y concretos que copan la actualidad: Cataluña, inmigración, cohesión territorial, los próximos presupuestos, la eventual convocatoria de elecciones anticipadas, la tumba de Franco y cosas así. Pero nadie se ha fijado en el enfoque general, en la actitud mostrada y en las promesas realizadas. Me sorprendió, empecé a escucharle dando por hecho que hablaba el presidente y terminé convencido de que, en realidad, lo hacía el Defensor del Pueblo. Le digo porqué.

Primero por su capacidad no ya de dárnoslo todo hoy, sino por garantizarnos que seguirá dándonos todo también mañana. La palabra clave es «blindaje». Piensa blindar la educación, la sanidad, las pensiones, la asistencia social, etc. Es decir va a blindar nuestra felicidad eterna. No me negará que es fantástico, pero, si pretende que le crea, necesito algo más. Necesito que blinde también la actividad económica y la recaudación impositiva. Total, puesto a ello, ¿Qué más le da, un pequeño esfuerzo añadido a su ingente voluntad? En mi habitual miopía de miras, yo pensaba que, para blindar los gastos, sería conveniente blindar previamente los ingresos, pero parece ser que no es necesario... ¡Qué buena noticia!

En serio, y perdón por repetirme, considero nefasta esta actitud porque traslada la equivocada impresión de que, para tener un derecho basta con desearlo - es decir, blindarlo en el BOE - y, en todo caso con exigirlo a gritos en las calles. Después, el dinero para pagarlo se supone que aparece milagrosamente y cae mansamente del cielo de nuestros ilusiones hasta el bolsillo de nuestras necesidades. ¡Qué ingenuidad! ¡Qué despertar tan amargo nos espera!

Luego ya se vino definitivamente arriba y aseguró, sin sonrojarse y de manera reiterada, que su llegada al gobierno supone nada menos que «un cambio de época». Vamos, algo así como la caída del Imperio Romano o la conquista de Constantinopla. De un plumazo, prometió sacarnos del inmovilismo y la apatía en la que estábamos instalados, lo cual, considerando que llevamos cinco años creciendo y varios de ellos por en cima del 5%, es ponerse el listón muy alto. Quizás, demasiado alto... Al tiempo.

Al terminar es cuando se convirtió en el Defensor del Pueblo. Dijo que éste gobierno es el gobierno de la protección de la infancia, de las oportunidades de la juventud, del apoyo a los maduros y del cobijo de los ancianos. De la industria y de los servicios, del campo y de la pesca; de la educación y la investigación; de los empresarios y los trabajadores; de la cohesión social y del reparto territorial; de la solidaridad y del control de la inmigración; de la colaboración exterior y de la coherencia interior... Me dejó exhausto, pero también un poco preocupado. Le faltó una mención expresa a la protección de los comentaristas de periódicos. ¿Somos los únicos en este país que nos hemos quedado fuera de su paraguas protector, de su abrazo amantísimo? Pues ya es mala suerte.

Lo que ha quedado sobradamente demostrado en estos dos meses que lleva al frente del ejecutivo es la capacidad de prometer, agradar, y entusiasmar del presidente Pedro Sánchez.

Como su capacidad de obrar sea la mitad de buena, nos esperan tiempos gloriosos. Ahora, disfrute de la playa, que lo bueno llegará después. Iluso...

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