«He enterrado mi corazón en el sudario de mi hijo»
Kayed Hammad
Intérprete gazatí
Domingo, 5 de octubre 2025, 07:43
En la primera semana de guerra, bombardearon mi casa en Ciudad de Gaza y todo se quemó por el fósforo blanco de las bombas. Días ... después era bombardeado todo el edificio, de 12 plantas. Fue un momento doloroso porque nos vimos obligados a sobrevivir huyendo. Como no existen sótanos ni refugios porque su construcción estaba prohibida, hemos tenido que ir de una casa a otra escapando de la muerte. He cambiado 17 veces de casa en 20 meses y medio de asedio. Y a veces de madrugada, lo que significa que hay que dejar a todo correr la poca comida que tienes, el agua, y empezar de nuevo en otro sitio, buscando algo de comer, leña para fuego.... Todo se utiliza como arma de guerra. En dos hambrunas tuvimos que alimentarnos de harina hecha para animales, con cebada, maíz y arena sucia. Pero no había más remedio. Hasta alguna hierba, una hoja de árbol. Si eres capaz de tragarlo, adelante.
En ese mismo 2023, en lo que en España es la Nochebuena, sentí un fuerte dolor en el pecho. Fui al hospital, apoyado en mi hermana, mi hijo y mi sobrino. El médico me dijo que tenía un infarto, pero que lo sentía mucho porque no tenía nada que darme. Ni una aspirina. No tenían ni morfina para calmar el dolor de los heridos que había por el suelo. Puede ver cómo cuatro personas, médicos y familiares, tenían que agarrar a un herido para cortarle la pierna sin anestesia. ¿Alguien puede imaginar eso? Otros cuerpos estaban ahí podridos. Estas cosas no las puede captar una cámara. Tampoco el olor. Aún ahora, cuando pongo en orden estos recuerdos, puedo notar el olor a carne quemada tras un bombardeo. Como los médicos no podían hacer nada por mí, le dije a mi hijo que me llevase a la casa en la que estábamos porque estaba cerca del cementerio y, en caso de que me muriera, no había que recorrer mucho para enterrarme. A las horas, el tremendo dolor comenzó a remitir y podía respirar sin tanta dificultad.
Pero el dolor más grande fue la muerte de mi hijo Omar, asesinado cuando llevaba una medicina para salvar la vida a un amigo ingresado en el hospital, rodeado de soldados israelíes. Mi hijo hizo siete kilómetros andando con terror hasta que encontró el medicamento. Cuando estaba cerca del hospital se produjo un bombardeo y allí encontró la muerte junto a mucha gente. Fue el 24 de mayo del año pasado. Pero no pudimos recoger su cuerpo hasta días después de tanto fuego que había. Una semana tirado en la calle. Al no llegarle la medicina, su amigo enfermo también murió.
No hay palabras para describir el dolor de perder un hijo, mi primer hijo, el mayor. Tenía 24 años. Imagínese el corazón de un padre o de una madre sabiendo que está debajo de ese bombardeo y no podemos llegar a él, y no sabemos si vamos a conseguirlo o si se lo van a comer los perros o lo van a bombardear otra vez hasta dejarlo hecho pedazos. Una semana después pudimos recuperar el cuerpo y lo enterramos. Por eso digo que he enterrado mi corazón en el sudario de mi hijo. Ese cementerio quedó destrozado por las bombas, los tanques y las excavadoras. He perdido también la tumba de mi madre y la de mi suegra. Aun así, soy afortunado. Hay familias que fueron borradas. Cuando muere una familia entera y solo queda uno, ese pobre va muriendo todos los días de pena.
Al menos mi mujer, Amal, y yo pudimos salvar a nuestros otros tres hijos: Monjed, de 22 años; Dalia, de 20; y Mohamed, de 17. No podíamos ni imaginar la posibilidad de salir de Gaza, pero Mikel (Ayestaran, corresponsal de este periódico en Oriente Medio) y otra amiga nos dijeron que querían escribir una carta al Ministerio de Exteriores. «Por los menos, hacemos ruido», me decía Mikel. Al poco me llama el cónsul español en Jerusalén para organizar la salida. No fue fácil. El ataque de Israel a Irán obligó a cancelarlo. Repartimos las mantas, la poca comida que teníamos y nos jugamos la vida hasta llegar al punto de embarque de un autobús, que avanzaba muy lentamente bajo órdenes del ejército israelí. Allá por donde pasábamos había montañas de escombros, tanques, francotiradores… Dos horas de terror hasta la frontera de Gaza con Israel. Al otro lado, representantes del consulado nos esperaban con los visados y una bolsa grande de comida que no habíamos visto en dos años. Bebidas, chocolate, raciones calientes. De allí, a Jordania y luego a España. La verdad, no hay palabras para agradecer el esfuerzo del ministro de Exteriores y de los que nos apoyaron.
Después de salir de Gaza, siento que empiezo con mi familia una vida regalada. Estamos aquí bien, pero nuestros corazones están allí. Hay dos millones de personas que están bajo la amenaza de la muerte. Y esperamos que eso se pare.
* Kayed Hammad fue evacuado en junio de Gaza con su esposa y tres hijos para iniciar una nueva vida en Málaga
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