Hoguera de palacios
Fuimos padres tardíos, comprensivos por encima de todo, tolerantes, generosos, dialogantes... Y seguramente blandiblús
Los sociólogos nos califican como 'la generación invisible' porque, a la manera de los figurantes del teatro, nunca llegamos a ocupar el proscenio de la ... escena social. Nacidos/as entre 1960 y 1975, o sea en la última hornada 'baby boomer', lo de correr delante de los grises nos pilló aún crudos, y cuando las revueltas de comienzos de siglo ya no teníamos el chichi para farolillos. Para nosotros no hubo kermés heroica: ni 68, ni Transición, ni 15-M. Abandonad toda esperanza de contar batallitas a los nietos.
Aterrizamos demasiado tarde para abrazar utopías y demasiado pronto para creernos las ensoñaciones tecnológicas. Nos educaron en la religión, que tanta esperanza y consuelo dio a nuestros mayores, pero su crédito estaba ya muy gastado cuando alcanzamos la edad de la razón, bien que acaso nos dejase un poso de inquietud espiritual que a los que vienen detrás les resbala. Con Dios jubilado y Marx metido en formol, no pocos de nuestros amigos emigraron a paraísos artificiales de los que ya nunca regresarían. Otros acabaron también colgados, pero del dinero: fantaseaban con hacerse 'mariocondes' y jubilarse ricos a los 40.
Porque fuimos la última generación azotacalles –patio de recreo, escuela de vida y monipodio para trastadas sin cuento–, nos cuesta entender que hoy los chavales consuman su ocio en centros comerciales o apiñados en torno a la marmita electrónica de sus dispositivos. Los criticamos, pero a la vez nos flagelamos: «Será que me estoy haciendo muy mayor».
Padres por lo general tardíos, comprensivos por encima de todo, tolerantes, generosos, dialogantes... Y seguramente blandiblús. De otro modo no se explica que porción de nuestros hijos se admire hoy ante ciertas formas de autoritarismo político que son antagónicas con lo que mamaron en casa. Y sin que ello les impida pronunciarse a favor de la más irrestricta libertad... siempre que no implique demasiadas responsabilidades. La coherencia y el aprecio por lo común no cotiza muy alto. Porque en la 'egocracia', donde el individuo y no el grupo es fundamento de todo, ya puede arder Troya mientras mi traserillo esté al fresco.
Es de temer que, insensibles y aturdidos como lo estamos todos, no se percaten de que lo que está en riesgo es, sobre todo, su futuro. Alguien lo expresó muy bien: «A veces los hombres destruyen edificios que han construido las generaciones anteriores como si no fueran nada. Son capaces de quemar palacios tan solo para calentarse las manos». Complejo de Joker podríamos llamarlo.
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