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Vivimos inmersos en un escenario en el que la añorada normalidad ha saltado hace tiempo por los aires. La supuesta normalidad, la que representa el ... conjunto de nuestras certezas, de lo que nos hace sentirnos cómodos porque no nos da sorpresas, se ve arrollada por un tsunami de transformaciones de todo tipo. Estamos inmersos en una era de anomalías, en donde las certezas desaparecen y se ven sustituidas por situaciones que ponen en entredicho el conjunto de nuestras creencias, de las cosas que creíamos inmutables. La incertidumbre es una de las características determinantes de esta nueva era, acompañada de diversidad y complejidad. Una nueva era en la que lo singular y lo fuera de lo normal es la norma dominante. Un nuevo mundo al que necesitaremos adaptarnos.
Los últimos tiempos nos llevaron de una crisis financiera desatada en 2008, que parecía poner todo patas arriba, a otra crisis, desencadenada por el coronavirus, que hizo crujir las bases del modelo de bienestar. Crisis tras crisis, el modelo de bienestar social se ve zarandeado sin que se hayan tomado ningún tipo de medidas para afrontar su necesaria transformación. La vuelta a la normalidad, en cuanto la crisis de turno se ve medianamente superada, se impone sobre la necesidad de su transformación, porque ésta supone un debate sobre renuncias que no estamos dispuestos a enfrentar.
Y en esas estábamos cuando aparece una nueva 'anomalía': la llegada de Trump y sus políticas. Y todo, otra vez, patas arriba. Rodeados de incertidumbre, sin saber a qué atenernos. Otra crisis. Crisis que suponen un fuerte golpe a las estructuras económicas, sociales y políticas, y provocan la adopción de medidas duras, generadoras de cambios profundos. Son tiempos de crisis y, por tanto, tiempos de innovación. De innovación sobrevenida, en vez de anticipada, pero de innovación. Una innovación sobrevenida que siempre comienza presentándonos la más dura de sus caras.
El problema de las crisis, verdaderas generadoras de innovación, es que siempre amenazan con devorar la propia innovación, en una suerte de dios Saturno que devoraba a sus hijos, a medida que estos nacían, porque sabía que uno de ellos estaba destinado derrocarlo. Por eso parece que, en cuanto aparece la crisis, la apuesta por la innovación desaparece, porque lo urgente es volver a hacer lo de siempre. Este es un lujo que no nos podemos permitir.
Sin embargo, las crisis ofrecen un universo de oportunidades para la innovación. Es verdad que, si son sobrevenidas, la primera cara que te ofrecen es la de la destrucción de lo conocido, lo que nos daba certeza y seguridad, sin una percepción clara de lo que está por venir. Inseguridad, incertidumbre, que alimentan los miedos, proyectando una tremenda sensación de incapacidad para responder a la amenaza.
Las situaciones como las que ahora estamos viviendo, con el despliegue sin precedentes de medidas de todo tipo, que ponen en tela de juicio todo el entramado global de relaciones políticas, económicas, financieras, comerciales, … que hemos ido construyendo a nivel mundial, suponen un verdadero desafío. Ante este desafío lo fundamental es asumirlo en primera persona, porque está claro que el principal protagonista de los nuevos tiempos de cambio y de innovación debemos serlo cada uno de nosotros, individual y colectivamente, como personas y como instituciones. Asumir el reto de ser protagonistas activos, sabiendo que nadie va a resolver nuestros problemas por nosotros. Esta es una de las principales lecciones de la nueva situación, la de que nadie va a hacer nuestro trabajo por nosotros.
El modelo de bienestar actual está en crisis desde hace mucho tiempo. Y esta es una buena oportunidad para abordar su revisión. Va a ser una revisión dura, de renuncias, pero era necesaria antes y ahora lo va a ser todavía más. Y la oportunidad debemos abordarla desde el optimismo, desde la convicción de que seremos capaces de construir un futuro mejor, de la mano del progreso, para todos. Porque caer en el pesimismo y en la dejación de las propias responsabilidades es la manera más segura de fracasar. Van a ser años difíciles, sin lugar a dudas, pero pasarán y vendrán tiempos mejores, también sin lugar a dudas. Así que, en un mundo en constante transformación, de anomalías constantes, las oportunidades para innovar y mejorar van a ser permanentes. Y para ello recordar, siempre, que contamos con dos palancas básicas: nuestros valores y nuestra voluntad de aprender. Nosotros y, en términos geopolíticos la Unión Europea, tenemos la obligación de afrontar esta nueva etapa desde la convicción de que un futuro mejor es posible, y que depende de nosotros hacerlo realidad. Sin olvidar que el futuro es una construcción del presente. Porque todo lo que imaginamos y aspiramos a vivir lo hacemos posible actuando en el presente. Así que convendría empezar ya.
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