Poder
Es, en cierta manera, la lógica de la existencia. Todo ser, incluso el más miserable y ridículo, el más despreciable y vil, tiende a perseverar en su ser
Todos tenemos un poder derivado de nuestras propias capacidades, que, en algunas ocasiones, son grandes, en otras, medianas, y en muchas, pequeñas, ínfimas, ridículas, de ... andar por casa y muy poco más. Pero el poder que se posee se ejerce hasta las últimas consecuencias visibles o invisibles, en la medida en que se quiera hacer gala y ostentación del mismo. Es la lógica de la guerra; pero también de la política, de la economía y del deporte, considerado como entretenimiento de las masas fuertemente afectadas. Siempre, en todas partes y en todo momento, alguien, sea persona, ente, sociedad, grupo de presión, partido político, fondo de inversión, banda armada o ejército, tenderá a ejercer su potencia al mayor nivel que pueda.
Lo estamos viendo, en directo o en diferido: los sucesivos bombardeos de poblaciones indefensas, el atropello incesante de los derechos más elementales, la destrucción premeditada de ciudades, regiones o países, la justificación de la fuerza, el desprecio a la legislación vigente, la miseria de las relaciones internacionales, la servidumbre voluntaria, el descuido o despiste de la dilapidada diplomacia, la falta de escrúpulos, la avaricia sin fin.
Es, en cierta manera, la lógica de la existencia. Todo ser, incluso el más miserable y ridículo, el más despreciable y vil, tiende a perseverar en su ser. La pregunta es ¿esa existencia tiene que ser asegurada a costa y en perjuicio de los demás, sin importar el coste humano y material que se invierta en la empresa? ¿O hay otros modos? Los niños, lo sabemos bien, tienden a ocupar todo el espacio que se les deja. No hay más que ver cómo dejan sus habitaciones por la mañana cuando se van al colegio; parece que haya pasado un vendaval caribeño. Sin embargo, con mucha paciencia y parecida determinación, se les enseña a recoger y a recogerse, a no usar más espacio del necesario, a no abusar del poder que tienen conferido, a conformarse con ser menos para que los demás habitantes del hogar sean más, y así la convivencia sea agradable.
Renunciar al poder y a su capacidad significa aceptar, no la derrota, como se piensa, sino las limitaciones necesarias para que la concordia, la paz, la amistad y la alegría, que es el camino a la felicidad, destaquen. Pero, se renuncia al poder, casi siempre, cuando existe en su contra la presión y fuerza de otro poder superior, que puedo reducirlo o anularlo; raras y contadas veces, por amor, compasión, generosidad y convencimiento.
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