Olvidos
La gente que olvida el paraguas y no lo encuentra en la primera fase de la búsqueda pierde además la paciencia, cualidad tan fluvial como un río subterráneo
Qué es lo primero que se olvida una persona en la calle? Es una pregunta recurrente, como tantas otras que se hacen cuando pasa el ... tiempo y el aburrimiento se ceba en persona, y hay que darle alguna salida, escapando de la habitación, si fuese necesario. Si el día amanece lluvioso y con pocas ganas de calentar el ambiente, por si acaso, no vaya a ser que luego sea peor, se recoge el paraguas del lugar donde está guardado. Es probable que el artilugio se pierda en algún lugar entre el punto de partida y vaya usted a saber dónde, porque los paraguas, además de hacer frente a los elementos, tienen tendencia a ser olvidados, ignorados o abandonados.
Las gentes que olvidan el paraguas en alguna parte y no lo encuentran en la primera fase de la búsqueda pierden además la paciencia, cualidad tan íntima y tan fluvial como un río subterráneo que anega lo que encuentra sin osar salir a la superficie. Es dudoso que quien la encuentre la entregue en la oficina de objetos perdidos, como se dejan otras cosas, algunas dignas de mérito, porque no es nada fácil perder un cráneo limpio y reluciente, pero ha sucedido. Más fácil es perder la compostura, cuando preguntan en la oficina que a quién se le ocurre viajar con una parte tan destacada y frágil de un esqueleto, y, cuando se responde que era para mostrarla en una clase de anatomía en la universidad, el bochorno puede ser de dimensiones galácticas.
Ahí, en esa inmensidad tan salvaje e inabarcable, también se pierden objetos variados, cohetes, astronaves, satélites espías, bagatelas, vaya, para ir jugando un ratito y no aburrirse en las tardes de agosto, esperando que deje de llover para salir a la calle sin el dichoso paraguas, tan propenso al olvido y al abandono, como algunos amores y ciertas amistades, muestras de la humanidad voluble, inconstante y olvidadiza, además de desagradecida. Pero lo que se recomienda encarecidamente es no perder nunca la cabeza, ni el seso en el laberinto de un dedal; mantener la sangre fría, aun en situaciones comprometidas, al borde del peligro o del ridículo mayor; no alterarse más de lo necesario; no apartarse de los objetivos determinados y, si, por algún casual, fuera necesario el hacerlo, confiar en que lo que se pierda sea solo el tiempo. Y trabajar para que la razón esté descansada y bien satisfecha, que la locura sea momentánea, que no se exceda en sus divagaciones.
También sería de agradecer que los paraguas encontraran el camino de vuelta a casa.
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