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Viendo durante estas Olimpiadas un partido de fútbol, jugado, según creo, en un estadio de la ciudad de Marsella, nos dimos cuenta los espectadores de ... que, sobre el césped, había, además de los jugadores, un montón de palomas; ignoro el número, porque, puestos los ojos en el televisor, no es fácil contarlas una a una y mucho menos todas juntas. Cada vez que el balón se acercaba adonde estaban las aves, se ponían a volar, daban una vueltecita sobre el gran estadio, y se posaban en el lugar más alejado del juego y del peligro. No estaban asustadas, se las veía tranquilas sobre la hierba. Cuando intuían que se acercaba la pelota, se marchaban.
Es un error atribuir algún sesgo de racionalidad a actos que no son más que demostraciones del instinto primario. Las aves huyen, cuando hay algo o alguien que las asusta, pero, también es cierto que se acostumbran a la humanidad, cuando intuyen que pueden aprovecharse de esa cercanía. Los gorriones, descarados, saltan sobre las mesas de las terrazas, buscando los restos que los clientes hayan dejado. Las palomas buscan comida en vertederos y albañales, lo mismo que las gaviotas y otros pájaros de mal agüero. En la urbe moderna, más allá del centro y las zonas comerciales, no hay mucha diferencia entre la civilización y la naturaleza. No sé sabe muy bien dónde acaba una y comienza la otra, y, en la frontera, la vida animal reaparece, de una manera notoria, sin miedo a esconderse.
Las palomas vuelan en bandadas no demasiado numerosas; los gorriones son menos gregarios, se les ve solitarios, saltando sin compañía alguna, su vuelo no es nada vistoso; los mirlos y los zorzales tampoco son sociables en exceso. Las golondrinas, tan vistosas antes, forman pequeños grupos y dibujan figuras geométricas, como pequeños aviones. Los vencejos se mezclan y forman nubes que compiten entre sí. Así, a simple vista, parecería que tienen un líder nato al que los demás siguen, pero no deja de ser una simple conjetura. Las aves, cuando llenan con sus cuerpos una parte del cielo, se reconocen y así actúan, movidas por el supremo interés. Sus olimpiadas aéreas son espectaculares, puro ejercicio gimnástico, donde nadie destaca sobre el conjunto.
El fútbol es, en una gran medida, un deporte de equipo. Se lucha para que gane, no el individuo, sino el grupo mismo. Por eso, cada victoria es de todos, y, también, de cada uno. También las derrotas; o así deberían ser asumidas. Perder, a veces, es una victoria.
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