Ferias
Los programas de fiestas tratan de atraer a todos los segmentos de la población: niños, jóvenes y adultos
Con la llegada del verano comienza la temporada de fiestas. No hay población, por pequeña que sea, que se prive de las suyas, aunque las ... grandes son patrimonio de las ciudades con presupuesto y personal propios. Las demás suplen sus carencias con la voluntad de las gentes que desean su festejo, con la colaboración de los vecinos, cada cual aportando lo que puede, sea una silla, sea una manta, para la noche que vendrá, cuando la temperatura baja y el cuerpo necesita abrigo, además de cierto acomodo para los huesos.
Los programas de fiestas, elaborados muchas veces con la necesaria contingencia, tratan de atraer a todos los segmentos de la población: niños, jóvenes y adultos. Para estos últimos, el baile es el recordatorio de que un día fueron también jóvenes y la plaza era el lugar donde se exhibían, se buscaban, se encontraban y se volvían a perder. Hoy en día, con el reconocimiento de los años pasados, manteniendo la formalidad de siempre, el respeto a la otra persona, cómplice en las tareas diarias, bailan las parejas, no intentando emular antiguas acrobacias. Presuponen que el sentimiento de caducidad acrecienta la ternura que espontáneamente surge entre ellos, señalándoles el camino que les queda por recorrer, adelante y atrás, media vuelta, con pasos cortos pero firmes, con una palma en la cintura y la otra sujetando la otra mano, siguiendo el compás de un vals, de un pasodoble o de una canción romántica que en algún momento hizo que sus labios suspiraran y sus corazones latieran a una velocidad inusual a la vez.
Los jóvenes tienen su espacio: la música alta que enaltece los sentidos; la charanga recorriendo las calles, invitando a la participación; la algarabía, la taberna, o en su defecto, el espacio cerrado de las casetas, territorio en el que ellos se erigen gobernantes y gobernados, donde imparten la ley de su deseo, el deseo de su ley, como saben hacerlo. La juventud es un territorio autónomo, una isla anclada en el océano de las pasiones, un puerto del que salen las naves que intentan llegar a su destino, sea cual sea.
Los niños se acercan a las ferias por la luz, el brillo, el ruido de las diferentes atracciones, los caballos del tiovivo, condenados a dar vueltas y a no salirse de su vía, los toboganes, las montañas rusas, los vendedores de dulces, almendras garrapiñadas, manzanas caramelizadas, algodón de azúcar. Y los autos de choques, esas embestidas y persecuciones de mentirijillas, en el circuito simulado.
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