Disuadir
El término «disuasión», para los mayores de cincuenta, que somos legión, tiene un sabor antiguo, incluso rancio
Persuadir o disuadir, he ahí la gran y decisiva cuestión. Persuadir a los visitantes de que no accedan al centro de la ciudad en sus ... vehículos, o disuadirlos de que lo hagan. El término «disuasión», para los mayores de cincuenta, que somos legión, tiene un sabor antiguo, incluso rancio. En los hogares de la post-postguerra, a los niños de entonces, más famélicos que orondos, se les daba aceite de ricino, o de hígado de bacalao, para compensar la falta de vitaminas o para suplir las consecuencias de la siempre escasa y, de tanto en tanto, muy mala alimentación. En los nodos se hablaba del armamento disuasorio, desplegado por no sé qué potencias, para evitar la escalada final y suprema, la que sacaría a la tierra de sus goznes y la enviaría al espacio, o lo que allí hubiera. De ese lugar, según la mitología de la época, vendrían los aviesos invasores a apoderarse de nuestras riquezas (como si tuviéramos alguna), y había que disuadirles, con armas aún más sofisticadas que las de los enemigos. Fue el tiempo en que los héroes llevaban capa y volaban, las personas normales se volvían invisibles y los espías jugaban a uno y a otro lado del telón de acero.
Convencer es un ejercicio arduo y, muchas veces, incluso estéril. Hay quien viene convencido desde la cuna, con un convencimiento más fuerte que el de los demás, y, hay quien nunca se convence de nada, tan poca es su fe, y no hay manera de persuadirlo de algo, por lo que su vida pasa inadvertida, entre bostezos y signos de aburrimiento y fatiga. Castigar solo concierne a la autoridad y, en su extensión, al poder. En este aspecto, como en otros, la diferencia entre querer y poder es notoria. No disuade quien quiere, sino quien puede. La persuasión es independiente del poder y depende de la voluntad: la voluntad de saber, el poder de la voluntad, el poder del querer.
La decadencia de las ciudades está unida, y en cierta manera provocada, por la decadencia de su centro urbano, cuando ha dejado de cumplir su función, que no es otra que dinamizar la actividad propia de los ciudadanos que habitan en la misma. En muchas ciudades actuales, el centro urbano no es más que un espejo de lo que fue, un recordatorio, en el mejor de los casos. En otras, lo que se tiende a contemplar es un enorme museo, un parque temático, un almacén cuidadosamente ordenado, algo que preserva un aspecto del pasado, sin que tenga continuidad: un espacio que se ve, se disfruta al momento, y pronto se olvida.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.