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Sin los cafés ni los diarios sería difícil viajar», escribió Albert Camus, durante su estancia en las Baleares, de donde era oriunda la familia de ... su madre. Estaba muy unido a ella, ciertamente; el amor que le profesaba superó todas las pruebas que se le pusieron delante. Es curioso constatar como algunos grandes hombres de la literatura, Albert Camus, J. P. Sartre, Charles Baudelaire, Roland Barthes, Marcel Proust, han crecido sin una figura paterna reconocible y reconocida, apegados a su madre, dependientes de ella. También hay mujeres que han destacado en el campo de la literatura, ligadas a la figura materna, Doris Lessing, Alejandra Pizarnik, Almudena Grandes, Sylvia Plath, por poner unos ejemplos.
La calidad del café y la arquitectura de los cafés van en concordancia con la calidad de la ciudad que se visita. El primer sorbo ya delata, no la procedencia, sino la preparación, si ha sido esmerada o arbitraria, si ha sido cuidadosa o, simplemente, para salir del paso. Un buen café a la mañana, un periódico sobre la mesa, la música callada, el barullo de los pensamientos, el despertar del cuerpo lenta y progresivamente, como despierta la naturaleza, sin mostrar súbitamente sus atributos, sino en consonancia con el flujo de luz y el peso de las sombras, qué más se puede pedir.
El turismo está en todas partes, los diarios dicen casi las mismas cosas estemos donde estemos, salvo que se lean las páginas interiores, donde abunda el detalle que da al conjunto su particularidad, su idiosincrasia, que dirían los fatuos y pedantes, pagados de sí mismos, y despegados de los demás. Ha cambiado la manera de mirar al prójimo, ya no es tanta la curiosidad que despiertan los hombres y mujeres foráneos que visitan la ciudad en que habitamos. Se ha llegado a un punto en el que nada se pretende aprender de ellos, no porque no puedan enseñar, si quisieran, sino porque ya es otra la actitud de y hacia los visitantes. Se les ve como invasores y usurpadores de un espacio que está empezando ya a dejar de ser propio, cada vez a marchas más forzadas.
Encontrar un café a la altura de las expectativas es una hazaña meritoria, digna de los exploradores de antaño, con la bebida humeante en la mesa, el periódico con su cepo, para que nadie se lo lleva a su casa, o vaya usted a saber adónde, el camarero amable, incluso atento, la bollería recién traída del obrador, la vista hacia la calle o, en su defecto, a una humanidad que va despertando poco a poco.
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