Franco murió en la cama, la dictadura murió en la calle
La oposición al régimen fue el germen de nuestra sociedad democrática
Eneko Andueza
Secretario general del PSE-EE
Miércoles, 19 de noviembre 2025, 01:00
Este año se cumple medio siglo de la muerte del dictador Franco. «El hecho biológico inevitable», tal y como lo denominó el régimen, incapaz de ... llamar a nada por su nombre. Y es que, efectivamente, la muerte del dictador fue fundamentalmente un hecho biológico. Un cuerpo envejecido cuyo corazón dejó de latir.
Sin embargo, la muerte de la dictadura, la del régimen represor que había sometido durante décadas a toda la sociedad española, ya había quedado sentenciada casi una década antes, cuando, a mediados de los sesenta, los movimientos sociales comenzaron a ser una realidad irrefrenable.
Es muy importante no olvidar esa diferencia. Franco, murió en la cama de un hospital el 20 de noviembre de 1975, pero, para entonces, el franquismo llevaba años agonizando en las calles de nuestros barrios, en las asambleas de las fábricas, en las universidades y en todos aquellos espacios que una parte de la sociedad comenzaba a reivindicar como propios.
Hoy, más que nunca, creo que es necesario reivindicar las leyes de memoria histórica y democrática
Es necesario diferenciar entre Franco, el dictador, y el franquismo, su régimen opresor. Porque cuando señalamos al primero como responsable de todo, se nos olvida que aquella dictadura fue posible gracias a la confluencia de intereses de muchas personas, imprescindibles para que el sistema represivo funcionase durante cuarenta años. Intereses económicos, sociales, culturales que llevaron a un grupo nada desdeñable de personas a unir su futuro con el del dictador. A someter con crueldad todo un país en busca del beneficio personal. Es ese pacto entre quienes monopolizaron el poder tras arrasar militarmente con el sistema democrático de la Segunda República, el que se arrastraba moribundo años antes de que falleciese el dictador.
Como digo, desde mediados de los sesenta comenzó a vivirse una nueva forma de oposición frontal al franquismo. Una oposición que, vista con la perspectiva que nos da más de medio siglo de distancia, podemos reivindicar como el germen de nuestra sociedad democrática, la que fuimos construyendo una vez se eliminaron las últimas trabas impuestas por quienes, desde los aparatos del poder, pretendían evitar que nada cambiase tras la muerte del dictador.
Una oposición que había decidido que la violencia era incompatible con el futuro que querían construir. Donde solo se contemplaba el uso pacífico de la política como forma de derrocar una dictadura enfrentada a sus propias contradicciones.
Y son esos movimientos los que reivindico como referentes también del socialismo vasco. El movimiento obrero, la organización de la clase trabajadora al margen de las estructuras del franquismo. Aquellas primeras comisiones obreras y la organización de huelgas capaces de poner en tela de juicio el supuesto orden franquista, como las de Bandas en Etxebarri en 1966 o la de Michelin en Vitoria en 1972.
Pero también el movimiento vecinal, la organización de los barrios para reivindicar un mínimo de dignidad en unos cinturones urbanos repleto de chabolas e infraviviendas. El momento en el que los miles de migrantes que habían llegado a Euskadi desde todos los rincones de España, huyendo del hambre, la miseria y la humillación, decidieron dar por primera vez un puñetazo en el tablero de la historia, reivindicando su papel político y económico en la construcción de un nuevo futuro en el que su participación sería vital.
Y tantos otros movimientos, como el feminista, tan estrechamente ligado al vecinal, o el de aquellas personas que lucharon activamente por la cultura vasca a través de las primeras ikastolas clandestinas. Una militancia que costó a muchas de aquellas personas el ser detenidas, torturadas, enfrentadas al cruel sistema judicial del Tribunal de Orden Público (el tan temido TOP). Muchas de ellas terminaron sufriendo largas condenas de prisión.
Sin embargo, nada de aquello cambió su sentir mayoritario a favor de la política como única arma frente al franquismo. Una gran mayoría que, tras salir de la cárcel, tras regresar del destierro, retomaron su activismo en el mismo sitio donde lo habían interrumpido. Con la misma convicción de que el futuro era exclusivamente de quienes hicieran de la política su herramienta de trabajo. Convencidos de que el uso de la violencia conllevaba más dolor, más sufrimiento y más fragmentación.
Hoy, cuando vemos cómo una parte de la juventud mira con nostalgia, desde el desconocimiento histórico, aquellas épocas de represión y sometimiento político, hoy, más que nunca, creo que es necesario reivindicar las leyes de memoria histórica y democrática. Unas normas que permitan a las instituciones impulsar una mirada al pasado que refuerce y consolide los cimientos que aquellos movimientos sociales comenzaron a construir.
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