Maltrato normalizado
La violencia machista en Euskadi, con medio millón de afectadas, oculta una realidad mucho más grave que la que muestran las denuncias
El impacto de la violencia de género en Euskadi es muy superior al drama que describen las estadísticas. Sin restarle ni un ápice de gravedad, ... las 2.813 denuncias tramitadas ante la Ertzaintza hasta finales de mayo apenas muestran «la punta del icerberg» del problema. El Gobierno vasco, a través de Emakunde, se ha acercado a la realidad de esta lacra con la radiografía más amplia publicada hasta la fecha. Y sus resultados son demoledores. Según la macroencuesta, elaborada entre 4.500 mujeres de 16 a 85 años, casi medio millón de vascas –la mitad de su población– se declaran víctimas de algún tipo de maltrato durante su vida, sea de orden físico, sexual o psicológico. De ellas, 70.000 los han sufrido en este último año.
La realidad de la violencia machista es mucho más desgarradora que la que muestran los datos. Refleja sentimientos como el dolor, la vergüenza y la incomprensión de las miles de mujeres agredidas, dentro o fuera del entorno de la pareja. Incluso chantajeadas por su agresor con la horrorosa amenaza de hacer daño a sus hijos. Pero también describen la inmensa tarea colectiva que queda por delante en el País Vasco para mejorar la prevención de las conductas de abuso y ser más eficaz en atajar los ataques.
La conclusiones de la encuesta nos describen como sociedad, aunque la foto pueda ser incómoda por la normalización del maltrato. Un impacto tan profundo de la violencia contra las mujeres sólo puede ser posible por la persistencia de contextos de tolerancia cuando no de complicidad, por muchos esfuerzos que se hayan desarrollado en favor de la igualdad y los derechos humanos, y en la lucha judicial y policial contra los agresores. La inevitable sensación de fracaso colectivo que deja el impacto del machismo en sus diferentes manifestaciones no puede generar abatimiento. Al contrario, debe ser un acicate para desarrollar las fortalezas que sostienen a Euskadi como sociedad avanzada, plural y en claro progreso.
Y que, quizás, empiezan por la educación, visto el preocupante aumento de jóvenes que niegan la violencia de género. El escaso número de mujeres afectadas que dan el paso de denunciar –apenas un 14%– pone de manifiesto la necesidad de mejorar los cauces de escucha. Pero también revela el miedo al estigma. La mayor vulnerabilidad del colectivo inmigrante es razón más que suficiente para adaptar los protocolos de prevención a una realidad que es necesario conocer para poder actuar con mayor eficacia.
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