El debate pendiente del bienestar
Teníamos un debate pendiente no abordado porque el desafío parecía excesivo, nos daba pereza afrontar rupturas del status quo y enfrentarnos a conflictos entre un ... pasado agotado y un futuro desafiante, y seguíamos haciendo más de lo mismo, como si no pasase nada. Pero la realidad es tozuda y acaba imponiéndose. Así que la llegada del coronavirus, poniendo todo patas arriba, resulta un desencadenante de algo que estaba latente, a la espera de que lo enfrentásemos. Se trata del gran debate pendiente acerca del bienestar.
Quiero ser optimista y pensar que cuando lo más profundo de esta crisis empiece a pasar habremos sido capaces de aprender algo y, en especial, entender que es inevitable abordar el desafío de consensuar entre todos en qué consiste esto del bienestar social. Me resisto a pensar que no estemos aprendiendo nada y que solo aspiremos a volver a vivir como si aquí no hubiese pasado nada; como un mal sueño. Craso error, nada volverá a ser lo mismo.
El debate del bienestar lleva tiempo sobre la mesa. En general, se han impuesto las aproximaciones economicistas, que asumían que la mejora de las magnitudes económicas se traducía en la mejora del bienestar de las personas. Pero esta visión resulta reduccionista e incompleta para explicar el desarrollo de una sociedad en términos del progreso del bienestar de sus ciudadanos. Reconocidos expertos, como Stiglitz, Sen y Fitoussi, anunciaron hace unos años que debíamos ir mucho más allá del PIB a la hora de valorar nuestros avances como sociedad. Pero lo relevante no es debatir sobre indicadores, sino emprender un diálogo amplio sobre valores y objetivos sociales, que nos permita alcanzar un consenso social sobre lo que se entiende por bienestar. Porque lo que está en cuestión es el propio modelo de bienestar.
En medio de una vorágine de contagios y muertes, resulta evidente que la salud constituye una expresión del bienestar de las personas, pero no es la única. No es muy arriesgado señalar otras: agua y saneamiento, nutrición, vivienda, educación, información y comunicación, seguridad, acceso a la energía, movilidad, empleo de calidad, ingresos, libertad de elección, ocio y cultura, y calidad medioambiental.
Podríamos adelantar que el bienestar debería ser el resultado de un proceso, consciente y constante, por el que todas las personas que forman parte de un colectivo social radicado en un territorio, de manera sostenida en el tiempo y respetuosa con el medioambiente, tengan cubiertas sus necesidades humanas, así como la posibilidad de desarrollarse plenamente como personas. Se proyectan cuatro dimensiones sobre las que reflexionar. Una dimensión contextual, ya que se trata de un debate a situar en un contexto social y territorial, aunque tenga una proyección planetaria. Una dimensión personal, porque el bienestar de las personas está relacionado con las características de las mismas –según edad, sexo–. Una dimensión de necesidades humanas, por lo que necesitamos consensuar el alcance de las que debemos cubrir para garantizar el bienestar. Y una dimensión relacional, porque el bienestar se construye entre las personas y debe ser inclusivo.
Si salimos de esta crisis con la lección aprendida y el compromiso de abordar este debate será una muestra de que estamos dispuestos a anticiparnos al futuro y de que la resiliencia puesta a prueba, que es la que permite resistir y seguir adelante, se acompañará de la anticipación. Porque ser resilientes en la próxima crisis dependerá de lo que seamos capaces de anticipar a partir de ahora. De esto va el desafío al que nos enfrentamos, de abordar en serio este debate pendiente y no caer en la tentación de parchear, perdiendo un tiempo precioso que no tenemos. Un debate que para que sea productivo necesitará compartir propósito, marcos y lenguaje. Y no será fácil, porque será un ejercicio de verdaderas renuncias.
De todas formas, seamos optimistas porque tenemos personas preparadas, que nos han ido avisando y a las que no hemos hecho mucho caso. Solo veíamos lo que perdíamos en el corto plazo; un corto plazo convertido en el único espacio en el que enfocar la mirada y los esfuerzos, en una especie de mercado bursátil en el que impera el día a día y la especulación, y en el que hemos dejado cotizar cosas demasiado importantes, para dejarlas en manos de la superficialidad, la ambición y la especulación desmedidas, la estupidez de élites dominantes cortoplacistas y la falta de seriedad. Milton Friedman decía que cuando sucede una crisis, las medidas que se emprenden dependen de las ideas sembradas y cultivadas hasta ese momento. Y que esa es la función de los buenos pensadores: desarrollar alternativas a las políticas existentes y mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se convierta en políticamente inevitable. Pues bien, tenemos personas, tenemos ideas y tenemos fuerzas preparadas para conducir y desarrollar el debate. ¿A qué esperamos?
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