Cuestión de pruebas
Preguntaron al gran lógico y ateo Bertrand Russell: si al final Dios existe y debes rendir cuentas ante Él, ¿cómo te justificarías?
Han pasado 20 años desde el mayor atentado de nuestra historia y nadie ha podido demostrar que ETA no estuviese detrás». Atrincherados tras la última ... barricada de la infamia, los de siempre han vuelto a la carga con sus añagazas dialécticas: puesto que no hay pruebas que descarten fehacientemente la responsabilidad de la banda vasca en la matanza de Atocha, el Gobierno de Aznar no mintió. Táctica especiosa similar a la empleada por el secretario de Defensa norteamericano Donald Rumsfeld para justificar las nunca encontradas armas de destrucción masiva que sirvieron de coartada a la invasión de Irak en 2003: «La ausencia de prueba no es la prueba de la ausencia... Sencillamente porque no tenga pruebas de que algo existe, eso no significa que tenga pruebas de que no existe».
Una falacia es una argumentación engañosa con apariencia de razonable o convincente. Dentro de la rica fauna de falacias de uso corriente en la dialéctica política y en las logomaquias televisivas, los dos casos expuestos corresponden al 'argumentum ad ignorantiam', apelación a la ignorancia. Otro ejemplo célebre es el del senador McCarthy, azote anticomunista en el Hollywood de los años cincuenta, que basaba sus denuncias no en pruebas, ni siquiera en indicios, sino en que los señalados no aparecían expresamente en los archivos del FBI como individuos sin vinculación con el comunismo.
Durante la etapa escolar, nuestros píos enseñantes tiraban de silogismos del mismo tenor a fin de robustecernos en la fe. Empezaban con una petición de principio: «Que la divinidad creadora existe es una evidencia en vista de las maravillas de la Naturaleza». Seguían desplazando la carga de la prueba sobre quien no lo tuviese tan claro: «El que no lo piense así que lo demuestre». Y desembocaban en una conclusión falaz: «Los ateos no pueden demostrarlo, luego están equivocados y queda probada la existencia y la eficiencia de una voluntad y un designio divinos».
A uno de los más destacados lógicos de la historia, Bertrand Russell, le plantearon en su vejez el siguiente supuesto: imaginemos que hay un Dios y que a tu muerte has de rendir cuentas ante Él. Después de haber negado su existencia durante toda la vida, ¿cómo te justificarías? Russell contestó sin pestañear: «¡No nos diste suficientes pruebas!». Buena respuesta, pero de consecuencias moralmente catastróficas: descendería la bendición celestial sobre el maquiavélico Donald Rumsfeld y su argumento de que la ausencia de pruebas no es prueba de la ausencia.
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