«Quería venir a Oiartzun pero echo de menos a mi mamá»
Refugiados a salvo en oiartzun ·
La oiartzuarra Mari Jose Mitxelena viajó hasta la frontera con Ucrania a recoger al pequeño Yaroslav y a su hermana; al viaje se sumó Julia con sus dos hijosEl pequeño Yaroslav aún no consigue sacarse de la cabeza el ruido ensordecedor de los disparos que le obligaron a huir de su ciudad, Yvankiv, ... al norte de Ucrania, a 40 kilómetros de Chernobyl, dejando atrás a su familia. Sus padres de acogida de la asociación Chernobilen Lagunak, los oiartzuarras Mari Jose Mitxelena y Jon Doxagarat, se deshacen en abrazos y carantoñas que, a ratos, apaciguan el dolor e intentan distraer de la mente las imágenes que los ojos de un niño jamás debería haber visto. Aún con el rostro cansado, atienden a DV en su casa en Oiartzun después de viajar por carretera durante más de 30 horas y más de 3.000 kilómetros.
Llegaron el domingo desde Siret, ciudad rumana que hace frontera con Ucrania, donde recogieron al pequeño de 10 años y a su hermana, Anastasia, de 12, para traerlos a Gipuzkoa. También aprovecharon el viaje para poner a salvo a la ucraniana Julia y sus dos hijos, Valeria y Nicola, de 15 y 8 años, que también se van a alojar en su casa por tiempo indefinido. «Aún lo están asimilando, aunque están mejor y contentos de estar aquí, en un lugar seguro», cuenta Mari Jose, feliz de tener de nuevo a su hijo de acogida en casa. «Pasó las navidades con nosotros por primera vez a través del programa de acogida y desde entonces hemos estado en contacto diario». Hasta que el hilo de mensajes que comenzó a recibir en su móvil el pasado 24 de febrero se tornó aterrador:
- Yaroslav: 'Ha empezado la guerra. No sabemos qué va a pasar. Nos vamos en coche hacia la frontera'.
- 'Tenemos miedo. Las carreteras están bloqueadas y no podemos movernos. Mi mamá quiere que nos llevéis'.
- Mari Jose: Nosotros también cariño, pero parece que va a ser difícil. No perdáis la esperanza. No os pasará nada'.
- Yaroslav: 'No podemos llegar a Polonia, las cuentas están bloqueadas y estamos sin dinero y nos hemos quedado sin gasolina, hemos recorrido 400 kilómetros'.
- '¿Puedes llevar a mi familia con vosotros?'
- Mari Jose: 'Lo voy a intentar pero tenéis que llegar a Polonia.
Ni pudieron llegar a la gasolinera. «Un tanque ruso les empezó a disparar», añade. Entonces la comunicación se corta y Mari Jose no vuelve a tener noticias de Yaroslav. En este angustioso 'impasse', esta mujer empezó a remover Roma con Santiago para ir en busca de esta familia. «Estaba dispuesta a todo. La cuestión era cómo ir y a dónde. Las noticias decían que la frontera con Polonia estaba saturada. Estuve mirando hasta vuelos, iba a lo loco», rememora. Al lunes siguiente volvió a tener noticias de su hijo de acogida: 'Dentro de poco nos vemos. Tenemos muchas ganas de abrazaros. ¿Alguien se reunirá con nosotros en la frontera? Hace mucho frío para vivir en el coche'. Entonces ya no puedo más y decido a las bravas ir para allá. Llamé a mi amigo Josu para conseguir una furgoneta y junto con Daniel Christia, que es de Rumanía, se prestaron para acompañarme. Como pasaron la frontera por Moldavia, tras recorrer 900 kilómetros, quedé en que los padres de mi amiga Andrea, que viven cerca, recogerían a Yaroslav y su familia y se refugiarían en su casa hasta que llegásemos nosotros. El jueves fuimos a recogerles y estaban dormidos. Se despertaron y nos abrazamos llorando. Al día siguiente todo eran sonrisas», relata Mari Jose, que dedica una mirada cómplice a su hijo de acogida, un niño de sonrisa simpática y cara redondeada.
«Quería ir con Mari Jose para su protección y estoy muy contento aquí pero me dio mucha pena despedirme de mi madre. Hemos podido hablar con ella por vídeollamada. Nos pregunta a ver si nos portamos bien. Hemos aprendido a decir 'eskerrik asko'», expresa de forma tímida Yaroslav, palabras que traduce la intérprete. Aún no se han sentado a hablar de lo que ha sucedido, «están muy afectados», comenta, «sobre todo la hermana. Apenas pronuncia unas palabras sin despegar la vista del suelo».
Estos niños, criados tras la mayor catástrofe nuclear de la historia, intentan conciliar el sueño por las noches después de que las tropas rusas les obligaran a dejarlo todo atrás. No tuvieron tiempo para despedirse de sus seres queridos y ni siquiera saben si su casa seguirá en pie.
Organización familiar
Mari Jose se encarga estos días de comprarles algo de ropa y productos de aseo «porque no pudieron traer más que un pantalón y una sudadera». En casa de esta pareja de oiartzuarras, padres de Kattalin y Joanes, de 18 y 8 años, se han organizado a marchas forzadas para preparar las camas y habitaciones. «Yaroslav duerme con su hermana en una habitación y en el cuarto de mi hijo hemos metido otro colchón y ahí duerme Julia con sus dos hijos. Yo no voy a dejar a nadie, lo tengo claro, de aquí no se van», afirma contundente esta mujer, abogada de profesión, que gracias al teletrabajo va a poder compaginar su día a día con la atención a quienes considera parte de su familia, además de contar con la ayuda de Julia. Esta ucraniana cuenta entristecida cómo de la noche a la mañana han pasado a ser testigos de un conflicto bélico que no logra comprender y que ya deja a su paso más de 2.000 muertos y un millón de refugiados. «Hasta el día 23 de febrero vivíamos una vida normal y nunca pensamos que arrasarían el país. Nos quieren eliminar», opina. Se despertó con las primeras sirenas en la capital y comenzaron a bombardear la zona. «Salí de noche con mis hijos en brazos y mi marido tuvo que quedarse para luchar. Han destruido la vida de la gente. Están disparando a civiles y a los voluntarios que intentan sacar a los niños hasta la frontera», dice conmocionada al tiempo que agradece la ayuda de este matrimonio. «Nos ha tocado la lotería».
Mientras los niños juegan a baloncesto, Mari Jose recibe un mensaje de una de las niñas de acogida y se le saltan las lágrimas. Lee en voz alta: 'Esta noche mi papá fue torturado por los rusos. Tiene moratones por toda la cara. Es imposible sacarle de allí ahora'».
«Volvería a recorrer otros 6.800 kilómetros para traer más niños»
El gran esfuerzo de conducir 3.200 kilómetros en 24 horas hasta la frontera de Rumania con Ucrania por «una buena causa» se convirtió en hazaña cuando Josu Urdanpilleta y Daniel Christian Jercam respondieron a la solicitud de Mari José Mitxelena para traer a sus «niños ucranianos» del horror hasta Oiartzun.
Según informa E. Arraiago, sus rostros un día después reflejaban el cansancio de horas y horas al volante, pero «teníamos claro que queríamos llegar cuanto antes a la frontera. El objetivo era llegar, coger a los niños y volver rápidamente a casa». El oiar-tzuarra, chófer de profesión en la compañía de autobuses Iparragirre, y el rumano, mecánico y conocedor del trayecto, hicieron un buen tándem en el propósito de Mitxelena. «Nos llamó para proponernos el viaje y no dudamos ninguno de los dos en ayudarla», relata Urdanpilleta. «Ella se encargó de llevar abundante comida para nosotros y de gestionar cualquier trámite e informarse por las redes sociales de todo lo que estaba ocurriendo en la frontera. Nosotros solo teníamos que conducir», un quehacer al que están acostumbrados tanto Christian como Josu. Pero este viaje era especial y al cansancio de conducir tantas horas se sumaron los nervios de la incertidumbre de qué se encontrarían al llegar a Rumania. «Todo salió bien. No tuvimos ningún problema aunque teníamos mucha preocupación, sobre todo al regresar ya que se trataba de menores y aunque llevábamos documentación y permisos de los padres, no sabíamos cómo reaccionarían los agentes en cualquier control». Josu brome con Christian: «Bueno, en tu país hay muchas carreteras secundarias y hace mucho frío. No estoy acostumbrado a -7 grados y tanta nieve».
En total, 6.800 kilómetros en 54 horas que Christian no dudaría en repetir. «Volvería a hacer otro viaje para traer más niños», afirma.
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