La calle de la memoria
1925 | «Sudaban de ver trabajar» a los obrerosUn tópico ciudadano señala la tendencia de algunos donostiarras, sobre todo los de edad avanzada, a entretenerse contemplando con curiosidad el transcurso de las obras. ... Desde luego, la lentitud de muchas de ellas les proporcionará largos ratos de deleite.
En todo caso, de existir tal tendencia no sería nueva, dado que ya hace un siglo, en la crónica 'De sol a sol' que publicaban cada día en 'La Voz de Guipúzcoa', encontramos referencias a los oteadores de obras...
«Para los desocupados ha sido un gran día. Así hemos visto que el número de curiosos que todos los días contempla el rápido progreso de las obras del puente de Santa Catalina, aumentó ayer por la tarde considerablemente, siendo verdadera legión los que 'sudaban de ver trabajar' a los obreros, que van casi dando cima a la construcción del 'coté' derecho del antiguo puente».
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Hace un siglo también había donostiarras «desocupados» que se entretenían viendo el desarrollo de las obras. Los trabajos en el puente de Santa Catalina para duplicar su anchura provocaron una «verdadera legión» de curiosos
Les imaginamos siguiendo con atención los trabajos y empatizando con los activos operarios, eso sí, apoyados tranquilamente en alguna valla.
El puente de Santa Catalina fue históricamente el primero de nuestra ciudad, en su origen apenas una pasarela de madera. Fue en 1872 cuando se construyó el puente más parecido al que conocemos. Con el tiempo, sus doce metros de anchura se harían insuficientes y en 1924 se decidió ampliarlo, duplicando su ancho hasta los 25 metros.
Un total de 555.000 pesetas recibió la sociedad Obras y Construcciones Hormaeche por aquella construcción, cantidad a la que se añadieron casi 53.000 pesetas más para que Javier Luzuriaga e Hijos instalara diez farolas a lo largo del puente de Santa Catalina.
En junio de 1925 estaban culminando los trabajos de ampliación. Eran las obras a las que miraban aquellos «desocupados» a los que se referían en 'La Voz de Guipúzcoa'. Pero no eran las únicas...
«Otras personas se entretenían en ver alquitranar el paseo de Salamanca, y no pocos también se detenían en los jardines públicos contemplando el transplante de macetas de los viveros municipales a los jardines, ya completamente embellecidos».
Alambres como barandillas
Vamos, que la ciudad era un espectáculo para los aficionados a las obras, a los que sólo faltaba cobrarles la entrada. También habían hecho un seguimiento a otro puente, el del Kursaal o la Zurriola...
«Las barandillas del hermoso puente del Kursaal, que arrebató el mar en los días de furia y que habían sido sustituídas por alambres para evitar desgracias, han sido ya sustituídas y pronto se pintarán de nuevo para que no desentonen del resto».
Y es que, concluían en 'La Voz' el 5 de junio de 1925, «la ciudad se está remozando para no desmentir su buen nombre, y todos ponen de su parte lo que pueden para hacer más agradable la estancia en ella a los veraneantes».
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