«Los diarios de Agote son una fuente muy valiosa, a la altura de los de James Cook»
'Los días del taipan', de Carlos Rilova, recupera la figura del getariarra Manuel de Agote, un ilustrado que documentó con lucidez el fin de una era en Asia
En 1779, un joven comerciante de Getaria embarcó en Cádiz a bordo del navío Hércules rumbo a Manila. No iba a la guerra, ni ... en misión diplomática, ni como explorador oficial. Viajaba como agente comercial al servicio de Uztariz, San Ginés y Compañía. Sin embargo, lo que vivió en los años siguientes –a través del Atlántico, del Índico, del Pacífico y, sobre todo, desde su posición privilegiada en la Real Compañía de Filipinas en China–, lo convirtió en uno de los grandes observadores de la transformación del mundo a finales del siglo XVIII.
Se llamaba Manuel de Agote y Bonechea, nació en Getaria en 1755 y murió en la misma localidad en 1803. Hoy, más de dos siglos después, el historiador Carlos Rilova Jericó le devuelve su lugar en la historia con 'Los días del taipan', el tercer volumen de la colección de biografías guipuzcoanas desconocidas promovida por la Diputación Foral de Gipuzkoa. «Es un personaje que no ha tenido el reflejo que debería», lamenta el autor. «Y sin embargo, sus diarios son una fuente abrumadora. A la altura –o más– que los de James Cook».
Vida y legado
La obra reconstruye la vida y el legado de este marino singular a partir de sus más de dos mil folios manuscritos, redactados entre 1779 y 1797. Diarios de viaje, bitácoras náuticas, crónicas comerciales, observaciones científicas y culturales... todo se mezcla en la escritura sistemática de Agote, que no solo da cuenta del rumbo y el clima, sino también de lo que comían a bordo, de los efectos del escorbuto, de los vientos del sur de Asia, de las rutas marítimas más seguras y de las ceremonias protocolares chinas con los 'bárbaros' occidentales. «Era un ilustrado muy acabado», asegura Rilova. «No solo era navegante o comerciante. Era también científico, etnógrafo, políglota, observador de su tiempo. Representa mejor que nadie la mentalidad del siglo de las luces».
«Agote encaja perfectamente en el prototipo del hombre del siglo de las luces»
Lo curioso es que nadie sabe exactamente dónde se formó. «No consta en los archivos del Real Seminario de Vergara ni en universidades tradicionales». Según Rilova, eso no era inusual, y es que «en aquella época, muchos marinos y comerciantes se formaban de forma práctica desde los 12 años. Pero también leían, aprendían idiomas, se cultivaban. Lo sorprendente de Agote es cómo integró saber técnico y saber humanístico de forma natural. Hoy que hablamos tanto de inteligencia artificial, él representa lo que puede hacer un cerebro humano con una capacidad de análisis extraordinaria».
«Fue uno de los primeros europeos en advertir que el imperio chino estaba en decadencia»
Uno de los mayores aportes del libro es la mirada crítica y lúcida que Agote ofrece sobre el Imperio chino, al que dedicó buena parte de sus diarios. A diferencia de filósofos europeos como Voltaire –que idealizaban el modelo confuciano desde la distancia–, Agote lo vivió desde dentro, durante años. Y lo que vio fue algo muy distinto. «Lo extraordinario es cómo lo razona», dice Rilova. «Mientras Europa veía en China un modelo estético y moral, él vio un imperio atrapado en una nube histórica, que se creía aún el centro del mundo, pero que en realidad estaba ya en decadencia. Fue uno de los primeros europeos en advertirlo».
Y lo escribió. Con una frialdad científica que anticipa los métodos de la historia moderna, Agote analizó la debilidad militar china, su falta de reacción frente a la apertura del comercio global y el incipiente papel del opio como instrumento de dominio británico. Los agentes británicos incluso intentaron atraerlo al negocio. «Él tenía claro que era un comercio turbio y se mantuvo al margen. Tenía plata americana, no necesitaba meterse en eso», explica el historiador. Su visión sobre China, dice Rilova, fue precursora de lo que décadas después llevaría a las guerras del opio. «Vio el desgaste desde dentro, como testigo directo. Y lo dejó escrito con una claridad intelectual asombrosa.»
La pregunta inevitable es: ¿por qué no se publicaron aquellos diarios en su tiempo? La respuesta está en el contexto. «Si hubieran salido a la luz en 1785, habrían sido un símbolo de modernidad y ciencia para la monarquía española, como ocurrió con los diarios de James Cook para los británicos», dice Rilova. «Pero cuando Agote regresa en 1797, Europa está en llamas». La Revolución Francesa, la caída de las monarquías, la inestabilidad en Asia y América... Publicar esa información —detallada, estratégica, incluso militar— habría sido un riesgo geopolítico. «Era casi material de espionaje. Mejor dejarlo en secreto».
«Obra monumental»
Y así fue. Los diarios quedaron archivados, bien conservados por fortuna, hasta que la historiografía reciente los ha ido recuperando. Carlos Rilova ha trabajado durante años sobre ellos. «La mayor dificultad ha sido sintetizarlos. Son muchísimas páginas, y no sobra nada. Todo está hecho con orden, método, propósito. Es una obra monumental».
Los días del taipan
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Autor: Carlos Rilova
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Estilo: Historia.
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Editor: Diputación Foral de Gipuzkoa.
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Páginas: 332.
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Precio: 12 euros
Agote regresó a Getaria tras casi veinte años de navegación y vida en Asia. Volvió con fortuna, con conocimientos y con la decisión de retirarse. Fue alcalde de la villa en 1800. Y en uno de sus últimos actos públicos, levantó una estatua en honor a Juan Sebastián Elcano. Agote murió en 1803. Le sobrevivieron su esposa y dos hijos. Sus diarios, por fortuna, también. Y hoy, gracias a 'Los días del taipan', su figura sale de nuevo a flote. «He tenido suerte», concluye Rilova, «suerte de contar la vida de un gigante. Como decía Newton: somos enanos a hombros de gigantes. Y Agote es uno de ellos».
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