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A Zoreslav Mikhailonko le temblaban las piernas el día que tuvo que dar su primera misa en Gipuzkoa. «Estaba súper nervioso. Recuerdo que el párroco ... titular se puso enfermo y me llamaron a mí para reemplazarle en esa ocasión... No me lo esperaba y se me hizo un nudo en el estómago. ¡Era la misa de Epifanía!», recuerda con una sonrisa este párroco ucraniano que llegó al territorio hace tres años, cuando los rigores de la pandemia aún se palpaban a pie de calle.
«¿Que qué sabía yo de Gipuzkoa? Buff... Poco, poco», suspira Zoreslav, quien después de unos segundos de reflexión añade rápidamente que «¡conocía a San Ignacio de Loiola! Es un gran referente de Gipuzkoa». Además, apunta con acierto que «también sabía del Santuario de Arantzazu y que Lourdes -Francia- está cerca... Relativamente. ». A Zoreslav lo destinaron a Gipuzkoa tras haber completado con éxito sus estudios de Teología Fundamental en Roma, la ciudad eterna. «Es un lugar precioso», recuerda, y agrega con emoción que «allí es donde fui plenamente consciente de la universalidad de la Iglesia. Compartí vivencias y experiencias con gente de África, Asia, Europa occidental, América... Fue una etapa maravillosa de mi vida». Aunque, como toda buena aventura, no estuvo exenta de dificultades, «porque me tocó vivir el estallido de la pandemia, que además en Italia fue bastante fuerte». No poder salir de casa «durante tres meses fue algo duro», rememora.
Con un castellano fluido y notable tras solo tres años en el territorio, Zoreslav se declara «feliz» en Gipuzkoa y, en particular, en Irun, donde vive y donde oficia como cura en la parroquia de Pentecostés, en el barrio de Belaskoenea. «Sabía italiano por mis años en Roma, y el castellano es parecido. Después, en mis primeras semanas me dediqué mucho a escuchar a la gente y, bueno... Ahora me defiendo bastante bien».
La acogida de la sociedad guipuzcoana, cuenta este joven ucraniano de 29 años, «fue cálida, no me puedo quejar. Me recibieron con los brazos abiertos y estoy contento, me siento a gusto con la gente que me rodea». En su primer año en Irun vivió con dos curas vascos y eso le ayudó mucho en su adaptación al territorio. «Gracias a ellos me empapé de la cultura vasca, de las costumbres, de la mentalidad... Empecé a descubrir esta tierra, que es hermosa».
Su relación con los feligreses que acuden a su parroquia «es muy buena, me llevo genial con ellos y también con la gente del barrio». Además de su labor como cura en Irun, también atiende a tres comunidades de fieles católicos ucranianos, en Donostia, Tolosa y, precisamente, Irun. «Estoy para lo que haga falta, la verdad. A veces también echo una mano a las monjas», señala.
Con sus compatriotas lleva a cabo celebraciones, sacramentos, catequesis de niños... «También colaboramos en acciones humanitarias para nuestro país», explica. «Hay mucha gente necesitada por la guerra que está sufriendo», cuenta. A Zoreslav le corresponde acompañar y ayudar a ucranianos afincados en Gipuzkoa «que tienen hijos o hermanos allí, en la guerra».
Respecto a su futuro como cura en Gipuzkoa, Zoreslav insiste en que «yo soy feliz en esta tierra, esa es la verdad. Si me tengo que quedar aquí muchos más años, lo haré encantado porque los guipuzcoanos son unas personas increíbles». Además de sus labores como cura y representante de la fe cristiana, Zoreslav ha podido descubrir en estos tres años «un lugar espectacular: el País Vasco. Aún me quedan muchos sitios por conocer, pero me encanta ir al monte los sábados por las mañanas, visitar el Santuario de Loiola, el de Guadalupe, Arantzazu...», enumera. Además de estos lugares, está enamorado de localidades como «Hondarribia, Zarautz o Tolosa. Me gustan mucho». Su ciudad natal, Ivano-Frankivsk, e Irun están separadas por 2700 kilómetros, pero ahora Zoreslav ya tiene un sitio más donde sentirse como en casa.
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