Gipuzkoa esquiva los grandes incendios forestales gracias al cuidado de sus montes
Sólo un 16% de los terrenos guipuzcoanos están abandonados, por lo que la mayoría está gestionado como prevención a los fuegos
Más de 25.000 hectáreas calcinadas, casi 10.000 residentes desalojados y tres personas fallecidas. Este es el balance de la ola de incendios forestales ... que está reduciendo a cenizas muchos puntos verdes de la geografía estatal. El mapa de fuegos originados viste de rojo gran parte de las comunidades autónomas. Las más afectadas, las dos Castillas, Galicia, Andalucía, Madrid y Extremadura, pero también destaca la proliferación de incendios cerca de nuestro territorio, en Navarra o Cantabria. Ante el asedio de las llamas, Gipuzkoa se yergue como una fortaleza que por ahora esquiva la ola de incendios que está asolando muchas zonas de España. Un punto limpio de cenizas en el mapa que salva la ferocidad de las llamas no sólo en verano –época con menor riesgo según el patrón de incendios cantábrico– sino también a finales de otoño, invierno y principios de primavera, periodo en el que suelen originarse los fuegos con mayor frecuencia en territorio guipuzcoano.
Pero esta conclusión no es simplemente gráfica. Los datos la respaldan. La evolución de fuegos y hectáreas calcinadas en Gipuzkoa en los últimos años muestra una situación asombrosamente favorable en comparación con otros territorios. Mientras provincias como Ourense se queman con hasta 12 incendios que han fulminado 5.100 hectáreas, Gipuzkoa apenas ha visto calcinadas 600 en el último lustro.
Especialmente reseñables son los datos referentes a 2024, un año de «baja incidencia» en el que 18 siniestros afectaron a una superficie conjunta de 9 hectáreas. Según datos del Departamento de Equilibrio Territorial Verde de la Diputación Foral de Gipuzkoa, en lo que va de 2025 se han registrado cuatro incendios destacables que ya superan en extensión calcinada a los 18 del año pasado.
No obstante, los números contrastan con la afectación crítica de los incendios en otras provincias. Los cuatro fuegos de este año han calcinado un total de 50 hectáreas. Más concretamente, el producido en Ezkio afectó 12,66 hectáreas; el de Errezil (monte Hernio), 11,40; otro en Hondarribia con 14,31 hectáreas quemadas; y el más reciente en Pasaia, con 13,20 hectáreas calcinadas. Estos dos últimos se desarrollaron en las faldas del monte Jaizkibel. Sin ir más lejos, el incendio provocado el martes en Cuevas del Valle (Ávila) arrasó con 2.200 hectáreas.
Aunque estos fenómenos destacan por su carácter imprevisible y la dificultad de ser controlados, no es fruto de la casualidad que Gipuzkoa mantenga un índice bajo de afectación por incendios forestales. «Las circunstancias meteorológicas tienen mucha importancia, pero lo que salva a Gipuzkoa es el trabajo y la gestión del día a día por parte de baserritarras y asociaciones que mantienen nuestros montes en buen estado», indica Ana Ariz, responsable técnica de Basotik Fundazioa. En este sentido, Ariz hace especial hincapié en que el principal problema es «el abandono de los terrenos».
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Las características paisajísticas de nuestro territorio también influyen a la hora de aplacar los efectos del fuego. «Tenemos un paisaje mosaico, algo que es fundamental para frenar los incendios. Tenemos pastizales o caseríos que ejercen de cortafuegos, masas gestionadas para contener el fuego». En contraste, las zonas más afectadas por la reciente ola de incendios en el Estado forman el cóctel idóneo para que el fuego campe a sus anchas. «Tienen una superficie continua muy grande sin gestionar. Masas abandonadas y muy secas en las que el fuego coge mucha fuerza», compara la responsable técnica de Basotik. «Esta continuidad hace que el fuego sea muy difícil de parar porque no hay cortafuegos. Una vez pasan de una hectárea son mucho más complejos de frenar», expresa.
La biomasa acumulada
Otro de los factores hacia los que apunta Ariz es la cantidad de biomasa acumulada en los bosques. «Se extrae menos madera o biomasa de la que el bosque está produciendo, cerca de un tercio de lo que crece anualmente. Esto provoca que la biomasa se vaya acumulando a lo largo de los años hasta convertirse en un polvorín, que es lo que tenemos ahora». Este material, asegura la responsable, es «combustible para el fuego» y mientras la meteorología acompañe, no supone un gran riesgo.
El problema surge cuando llega un clima seco que propicia la activación de fuegos. «Si la meteorología es adecuada, llueve, la humedad es alta y se controla la biomasa, es menos probable que se produzca un incendio. No obstante, cuando llegan episodios de calor como los que estamos viendo ahora la situación se puede descontrolar». Por otra parte, la Diputación de Gipuzkoa añade que «la intervención humana suele estar detrás de la mayoría de los incendios», aunque matiza que esto «no significa que sean intencionados», sino que puede tratarse de «negligencias o descuidos».
La temible regla del 30-30-30, la tormenta perfecta para la expansión del fuego
Cuando se habla de factores que favorecen el origen y la posterior expansión de un incendio se mencionan multitud de fenómenos meteorológicos. Un fuego de gran magnitud puede verse influenciado por muchos aspectos, pero la mayoría de expertos coincide en la regla del 30-30-30, desconocida por buena parte de la población. La fórmula es simple: más de 30 grados de temperatura, vientos de más de 30 kilómetros por hora y menos de un 30% de humedad. Estas características climáticas conforman el caldo de cultivo ideal para la proliferación de los incendios forestales. «Es la tormenta perfecta para que pase y no se pueda controlar, y si a esto le sumas superficies continuas abandonadas con mucha biomasa, muy seca, el fuego coge fuerza y es muy difícil de parar», advierte Ana Ariz, responsable técnica de Basotik Fundazioa.
En el caso de Gipuzkoa, las rachas de «viento sur» son las más peligrosas, aunque Ariz aclara que «el cambio climático está alterando todas estas circunstancias». Recuerda que «el invierno siempre ha sido más complicado, en días de poca lluvia y con mucho viento sur», pero recalca que «este verano, tras una primavera muy lluviosa que ha producido mucha biomasa, sequías como la de finales de junio pueden agravar la situación».
En este contexto, el trabajo de los gestores de montes se plantea imprescindible para frenar los fuegos. «Nuestra labor es conseguir bosques y paisajes más resistentes, y actuar en prevención de estos peligros».
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