«La chica me miró con ojos de querer escapar. Tenía un vacío total en la mirada»
Dos ertzainas salvan la vida a una mujer que intentó suicidarse en el viaducto de Ibarra. «Fue el destino», dice Markel, uno de los agentes
Markel Oliva preguntó: «¿Quieres tomar un café?». Al otro lado del volante, su compañero respondió que no le apetecía. Este breve intercambio de palabras salvó ... una vida en Ibarra. Su turno había comenzado a las seis de la mañana. Era el 17 de junio, un miércoles más. Esa mañana habían participado en un control rutinario de tráfico por la Covid-19. Después, los dos erzainas comenzaron a patrullar la zona por la N-1 sin rumbo fijo. «Si mi compañero hubiera dicho que sí, habríamos salido de la carretera a tomar un café, ha sido el destino», insiste Markel, un agente de la 27 promoción, la última que ha salido a la calle.
Todo ocurrió en el viaducto de Ibarra, uno de esos lugares que por alguna razón atraen a las personas que quieren acabar con su vida. «Desde lejos vimos un coche en el arcén derecho con las luces de emergencia encendidas», recuerda Markel. Pensaron al principio que era un vehículo averiado y se aproximaron lentamente a él. Cuando se hallaban a unos cien metros de distancia comenzaron a sospechar que se habían equivocado, que aquel coche no estaba estropeado. «Había una mujer fuera del vehículo y eso me llamó la atención. Vi que algo no era normal».
Desde Elorrio, la localidad donde reside, Markel recuerda cómo se aceleró el tiempo cuando la mujer, de unos 35 años, empezó a trepar por el quitamiedos de hormigón y se encaramó a una valla de insonorización para lanzarse al vacío. «Se va a tirar, se va a tirar», gritó a su compañero antes de salir con el coche aún en marcha y correr para alcanzar a la chica. «¡Geldi!», repetía mientras se acercaba. Ella, ya con medio cuerpo al otro lado de la valla, giró su rostro hacia la voz del ertzaina. Markel no olvidará nunca lo que descubrió en aquella cara. «Me miró con ojos de miedo, de querer escapar. Tenía un vacío en la mirada, no pedía socorro, era vacío total».
«La abracé y empezó a forcejear. Me decía que la dejase, que era su decisión, que no quería seguir»
«Mi compañero y yo siempre recordaremos que pudimos dar a una persona una nueva oportunidad en la vida»
Forcejeos
No recuerda cómo llegó a subir hasta la mujer, solo que la cogió por una pierna cuando ya estaba a punto de lanzarse y la echó hacia atrás. Entre la salvación y el abismo, los dos quedaron acurrucados mientras emprendían una lucha a vida o muerte. Él la abrazaba y ella forcejeaba. «Me decía que la dejase, que era su decisión, que no quería seguir. Yo no la soltaba, tenía miedo de que se escapara, le dije mi nombre y le repetía que estaba allí para ayudarla». Con el apoyo de su compañero lograron llevar a la mujer a un lugar más seguro. «Al principio estaba histérica y tenía espuma en la comisura de los labios, pero la agarré primero de las muñecas y después de las manos para establecer contacto y se fue calmando».
Llegaron refuerzos y una ambulancia a la que condujeron a la chica. Antes de que el vehículo partiera hacia un hospital, Markel pidió permiso para hablar una vez más con ella. «Le dije que el destino había querido que se salvara, le pedí que luchase y que aprovechase la nueva oportunidad que le daba la vida. Ella me respondió que llevaba mucho tiempo luchando, que había estado con muchos psicólogos y estaba cansada de ser una carga para sus padres».
Markel no ha vuelto a ver a la chica aunque ha hablado con su madre, que le llamó para darle las gracias. «Aquella llamada me llenó completamente», dice el ertzaina. Estos días ha imaginado con su compañero que quizá, dentro de unos años, un chaval se les acercará para decirles que ellos salvaron la vida a su madre. «Siempre recordaremos que pudimos darle una nueva oportunidad a una persona», dice Markel. Ese miércoles, que resultó no ser un día más, los dos compañeros fueron más tarde con otros ertzainas a una cafetería para hablar de lo que acababa de sucederles. Markel no pidió café. «Yo tomé una tila», recuerda.
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