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Martin Ruiz
Martes, 16 de julio 2024, 06:53
Josu Colburn Arrubarrena nació hace veinte años en Boise, capital del estado norteamericano de Idaho. Como su nombre y segundo apellido indican, guarda una estrecha ... relación con el País Vasco. Este arraigo se debe a parentescos familiares directos, y es que sus abuelos y su madre provienen de Mundaka, pueblo costero de Bizkaia. Otros 31 jóvenes estadounidenses que, al igual que Josu tienen lazos familiares en Euskal Herria, han podido disfrutar de la mano de Ateak Ireki de una estancia de tres semanas en nuestro territorio para conectar con una cultura a la que están profundamente ligados.
Más de la mitad de estos jóvenes ha acudido con frecuencia a la Euskal Etxea de sus respectivos estados. «Hemos bailado euskal dantza desde que éramos muy pequeños», relata Josu Colburn Arrubarrena mientras sus compañeros se arrancan con un arin-arin. Entre conversaciones en ingles americano se cuelan palabras en euskera, chapurreadas por sus primerizos emisores. Se distinguen 'kaixos' y hasta algún 'egun on' salpicados de un evidente acento estadounidense. Sin embargo, basta con aguzar un poco el oído para percibir intercambios prácticamente íntegros en nuestro idioma.
Este es el escenario que presentaba la torre de Olaso de Bergara el pasado viernes, en la que fue la última salida organizada por Ateak Ireki. En ella, los jóvenes estadounidenses pudieron visitar esta importante edificación datada del siglo XVI y a su vez conocer la villa mahonera.
A esta última se le suman otras cuatro salidas a Pamplona, Gernika, Iparralde (Sara y Biarritz) y Segura con una variedad de talleres de cocina y herri kirolak que han conformado la agenda de estos jóvenes en su estancia en el País Vasco. Una experiencia enriquecida por clases de euskera ofrecidas por el barnetegi Maizpide de Lazkao, que han fortalecido el manejo del idioma de los participantes.
Aparte de las excursiones organizadas por los coordinadores de la iniciativa, también han podido visitar lugares en compañía de sus familias de acogida. Donostia ha sido el destino más repetido y los visitantes han quedado prendados de la belleza de la capital guipuzcoana. Colburn Arrubarrena narra su experiencia en Donostia. «Me encantan las tres playas, es una ciudad muy bonita. Me habría gustado quedarme más tiempo para poder visitarla en profundidad pero nos tenemos que ir ya».
El joven de 20 años, originario de Boise, ya conocía las calles donostiarras pero expresa su deseo de repetir visita. «Cada vez que vengo me gusta más. Tengo muchas ganas de volver ahora que tengo contacto con mi familia de acogida».
La gastronomía es, indudablemente, otro de los mayores atractivos de nuestro territorio. Todo turista que visita el País Vasco vuelve enamorado de nuestra comida, y estos jóvenes estadounidenses no han sido la excepción. Dominika Flesher, procedente de Utah, ha descubierto su amor por los pintxos donostiarras. «En estas tres semanas he podido probar comida típica de la zona y sin duda se ha convertido en uno de mis aspectos favoritos de la cultura vasca».
La iniciativa Ateak Ireki nació en 2020 pero, debido a la pandemia de la COVID-19, no celebró su primera edición hasta el año pasado, cuando 37 jóvenes cambiaron Estados Unidos por los montes del Goierri. El pasado 22 de junio dio comienzo la segunda edición de este proyecto y esta vez han sido 32 estadounidenses de entre 17 y 25 años los que han disfrutado del País Vasco. Provenientes de los estados de Idaho, Utah, Nevada, California y Arizona, estos jóvenes acaban de cerrar una estancia de tres semanas en la que han podido conectar con la cultura vasca a través de actividades diversas.
Todos ellos están vinculados con nuestro territorio, pero muchos no conocían de primera mano una tierra que forma parte de sus historias familiares. «El objetivo de esta iniciativa es construir redes con la diáspora vasca», expresa Ander Elordui, uno de los coordinadores de Ateak Ireki. Una de las curiosidades de este proyecto es el alojamiento de los jóvenes. En lugar de hoteles o albergues, la iniciativa busca familias de la zona dispuestas a acoger a estos estadounidenses, un detalle que les permite gozar de la experiencia al completo. «Hasta ahora solo se colaboraba con casas del Goierri, pero este año se han unido familias de todo Gipuzkoa», detalla Elordui.
Dominika Flesher, Utah, 18 años
Natural de Salt Lake City, capital del estado de Utah, Flesher se define como una «amante del País Vasco». Esta es la principal razón de su visita de la mano de Ateak Ireki. «Me encanta viajar y quería conocer más sobre la región». La salida a Iparralde tuvo un significado especial para ella. «Mis abuelos son de la Baja Navarra pero emigraron a Estados Unidos. Aun así, mi padre ha crecido desde pequeño en un entorno vasco, algo que también ha influido en mi educación», relata Dominika. De ahí vienen sus primeros contactos con el euskera. «Antes de venir solo conocía el dialecto utilizado en Donibane Garazi, pero aquí estamos aprendiendo a hablar en 'batua'». Confiesa que todavía no es capaz de hablarlo «de manera fluída», pero admite que está mejorando.
Dominika no es la primera de la familia Flesher en recibir clases de euskera. «Mi hermano también fue al barnetegi de Maizpide y dio clases allí. Gracias a él y a mi padre, pude aprender algunas palabras antes de venir». El euskera tiene presencia en su casa. «Me quedaba con algunas palabras, también cantan canciones vascas que ahora hemos aprendido en Maizpide», recuerda Dominika. Preguntada por la cultura vasca, Flesher expresa que es una gran admiradora. «Lo que más me gusta es la comunidad y cómo los vascos quieren mantener su cultura viva a través del euskera, la euskal dantza y muchos más rasgos culturales». La joven estadounidense se muestra «afortunada» de poder vivir de primera mano «una cultura que se mantiene desde mucho tiempo atrás».
Unas costumbres que también están presentes en la casa de la familia Flesher, en Utah. «A mi padre le gusta mucho cocinar txistorra, prepara platos típicos de Iparralde porque los lleva comiendo desde que era muy pequeño». La gastronomía vasca forma parte de su vida cotidiana.
Josu Colburn Arrubarrena, Boise, 20 años
Detrás del inconfundible euskera estadounidense de Josu asoma un acento vizcaíno que hace dudar de su verdadera procedencia. Dicotomía que se traslada también a su nombre y apellidos. Josu Colburn Arrubarrena, una fusión entre Euskadi y Estados Unidos que representa a la perfección a su familia. Colburn reside en Boise, capital del estado de Idaho, pero mantiene un fuerte vínculo con el País Vasco. Su familia por parte de madre es de Mundaka, municipio vizcaíno en el que residió durante un año y hasta cursó sexto de primaria.
A diferencia de sus compañeros que han participado en el programa, Colburn habla un euskera casi perfecto con un notorio deje de bizkaiera. «He tenido la suerte de que mi madre sepa euskera y nos haya enseñado el idioma tanto a mi hermana como a mí desde que éramos pequeños». Su hermana lleva casi un año en el País Vasco y trabaja en San Juan de Gaztelugatxe, un camino que a Josu le gustaría seguir. «Me queda por delante toda la carrera de Biología en Idaho, pero cuando la termine me gustaría venir a vivir al País Vasco». El estadounidense ha visitado a su madre y su hermana. Ambas residen actualmente en Mundaka.
Josu ha estado en constante contacto con Euskal Herria desde muy pequeño. El joven ha frecuentado con asiduidad la Euskal Etxea de Boise, donde ha recibido clases de euskera. «La comunidad vasca está creciendo mucho en Idaho, está ganando fuerza». Una de las principales propuestas para fomentar la cultura vasca en Boise es la euskal dantza. «He formado parte de Oinkari Dantza Taldea. Es un grupo con mucha historia y se aprende en un entorno euskaldun». Josu destaca que sus variantes favoritas son «el arin-arin, la jota, la polka y algunas danzas de Iparralde».
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