Trump prometió deportaciones masivas de inmigrantes porque están invadiendo Estados Unidos. Son asesinos, violadores, monstruos salidos de cárceles y manicomios; matan en masa a los ... estadounidenses, les quitan sus trabajos, exprimen sus servicios sociales y se comen sus mascotas. Estas son algunas de sus afirmaciones más repetidas, documentadas y rebatidas por la plataforma verificadora The Marshall Project. Hemos visto a quién cazaban los agentes de Trump: a trabajadores en las fábricas, a padres y madres en las escuelas de sus hijos, incluso por error a turistas de ese tono de piel que les parece sospechoso. Algunas grandes empresas le han dado un toque, porque se están quedando sin currelas, y Trump ha declarado que los inmigrantes empleados en la agricultura y la hostelería son «muy buenos y trabajan muchas horas», así que rebajará la persecución. No interesa tanto echarlos como asustarlos, para así disponer de una mano de obra barata, con derechos restringidos, amenazada de expulsión, que no se atreva a rechistar.
Para qué sirven los intermitentes despliegues franceses en el Bidasoa, si al final pasan casi todos, si a veces los propios policías dicen a los inmigrantes que vuelvan cuando ellos no estén: para exhibir poderío, para desplegar ese teatrillo de seguridad en el que los inmigrantes son perseguidos y así parecen una masa sospechosa y temible, para despojarlos de su individualidad y ahorrarle al Estado la obligación de respetar sus derechos.
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