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Norberto Emazabel, ante la flota pesquera de Hondarribia, amarrada en el puerto ante el cierre de las conserveras. MICHELENA
«Si aguantamos 20 días en un barco, cómo no poder hacerlo en casa»

«Si aguantamos 20 días en un barco, cómo no poder hacerlo en casa»

Diario de un confinamiento | Norberto Emazabel, arrantzale ·

Tras ver cómo la crisis por el coronavirus hacía caer el precio del verdel y llevaba los barcos a tierra, el hondarribiarra Norberto Emazabel suspira por salvar la pesca de la anchoa

Oskar Ortiz de Guinea

San Sebastián

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Jueves, 2 de abril 2020, 06:29

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Como muchos hondarribiarras, Norberto Emazabel (Hondarribia, 52 años) se crió mirando a la mar. No olvida las primeras veces que siendo un mocoso salió a por chipirones con su aitona, y tiene grabada la fecha en la que su aita le permitió dejar los pupitres para ocupar el hueco libre que quedaba en su tripulación y dar continuidad así a la tradición familiar. «Me dijo que si subía al barco, ya no podría volver a la escuela. Nunca olvidaré ese día: el 18 de marzo de 1983», apunta. Se acaban de cumplir 37 años. Casi media vida como arrantzale. Durante este tiempo, nunca imaginó que llegaría el día en el que tendría que experimentar la sensación de estar confinado en tierra firme. Desde que las medidas gubernamentales fijadas en el estado de alarma terminaron devolviendo los barcos a puerto, el concepto de estar en casa ha cambiado para los pescadores. Ya no es solo el hogar para el descanso y el disfrute con la familia. Es el refugio en el que protegerse del Covid-19, digerir el desasosiego final de la campaña del verdel y confiar en que los nubarrones sanitarios escampen para que el sol de abril ilumine la anchoa.

Este mes, clave

Hace ya días que los temores de Norberto Emazabel en torno al ocaso de la costera del verdel por la bajada de su precio en lonja se convirtieron en certezas. «Se veía venir. Aunque se nos permitía pescar al pertenecer al sector de abastecimiento, observábamos que se paralizaba la industria conservera, con lo que bajó mucho el kilo del verdel y no compensaba salir a pescar», explica.

Por fortuna, «los barcos de Gipuzkoa y Bizkaia prácticamente habíamos alcanzado el cupo, y decidimos parar». Como en otros sectores, el arrantzale está «preocupado» y no ve claro que el temporal sanitario que mantiene en vilo al mundo amaine a tiempo de salvar la pesca de la anchoa. «Si apareciera ahora, no tendríamos dónde venderla». Abril es clave. Para la anchoa y para saber si el estado de alarma se prolonga más allá del día 11. «Tenemos miedo porque es imposible mantener el metro de protección en el camastro (kamaina). Si uno enferma, lo que queda es rezar y aguantar mecha. La cuarentena solo es factible en casa». Como ha sucedido en un barco de Getaria.

«Cerraría todo. Todo»

De continuar el cierre de empresas conserveras, la flota pesquera se tambalearía. «Al principio de mes vendemos anchoa fresca por Girona, Vinarós..., donde la compran para hacer boquerón. A partir de mediados, en la zona de Santoña».

La desazón acompaña a Emazabel cada mañana cuando va unas horas a la Cofradía de Pescadores de Hondarribia -es el presidente-, o a su barco, 'Tuku-Tuku'. Cada amarre que asegura en el puerto la flota de pesqueros es un nudo en la garganta de los pescadores. «Nuestro jornal va en función de la pesca. Si no faenamos...».

Pese al confinamiento, el patrón observa «bastante gente en la calle porque va a trabajar o a hacer la compra. En mi opinión, habría que cerrar toda la actividad una semana. Toda. Y luego ver si el número de infectados sigue creciendo, se estabiliza o baja. Si hace falta otra semana en casa, se está. Si podemos aguantar quince o veinte días en un barco, cómo no se va a poder estar en casa, tirando de congelador».

'Familia' a bordo

Cualquier arrantzale con la piel curtida por el sol, el salitre y el viento en cubierta podría escribir un tratado sobre convivencia. «Es como en cualquier familia. En nuestro barco siempre nos hemos llevado bien». Más vale, porque «en un espacio de 30 metros de eslora por seis o siete de ancho solemos estar 16 personas», detalla Emazabel. «Y ahí no hay ni teléfono; sale caro y lo usamos para enviar datos de la pesca».

En la época del verdel o la anchoa, el barco va y vuelve al puerto casi a diario, «de lunes a viernes. El verano sí es duro», cuando la captura del bonito exige «ocho, quince o veinte días en el barco. Llegar a veinte, es señal de que se ha pescado poco y aguantas hasta el final», apurando los víveres. «La gente que tiene hijos pequeños o que lleva poco tiempo con la novia, lo lleva peor. Eso sí que es sufrir por amor», suelta una carcajada.

En el barco, las manecillas del día las mueve el pescado. Si dan con un caladero fértil, todas las horas son pocas. «Hay jornadas de cuatro o cinco horas sin parar. También otras de 12 o 16. Cuando no hay pescado, tratamos de descansar y reponer fuerzas». Y el tiempo se ralentiza, «sobre todo esos días de lluvia y viento. Cuando hay pescado, ni te enteras, pero si no, se hacen muy largos».

Y el aburrimiento gana a la fatiga, salvo en el ameno rato del rancho. Con un solo televisor y «un mando a distancia», el fútbol se impone a menudo en la elección colectiva. «Alguno opta por leer, ver una película en la tablet o jugar en la play. Los jóvenes ya no juegan a cartas como solíamos». Pese a la evolución tecnológica, el abecé del arrantzale es fiel a la tradición. «Te tiene que gustar. Si no, no hay quien aguante».

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